Aunque en realidad nunca estamos parados. La vida sigue respirando a nuestro alrededor. El mundo girando. Y nuestros corazones bombeando.
A veces, necesitamos ESTAR por y para nosotros. Acurrucarnos bajo nuestra piel. Apagar los focos y encender nuestra Luz. Escuchar a qué suenan nuestros latidos. Poner los puntos a los finales que hace tiempo que se acabaron. Cerrar ventanas por las que ya no deseamos asomarnos y abrirle las puertas al miedo para que salga volando.
Vamos tan atropellados que no nos damos cuenta ni por el suelo que pisamos. Damos por hecho que ya está ahí. Que es él el que nos marca el camino. El que nos guía. El que nos avisará si algo va mal. Cuando son nuestros pies los que lo van dibujando con cada huella que dejamos. Con cada decisión que tomamos. Con cada norte que perdemos y con cada ilusión que encontramos.
Pocas veces lo disfrutamos. Pocas veces agradecemos lo que ya tenemos. Pocas veces nos valoramos.
Yo soy un extremo. Lo reconozco. Claro que para hacer esta afirmación me he tenido que comparar con la mayoría (craso error). Y ya sabemos todos lo poco saludables que son las comparaciones. Porque yo no tengo por qué ser así o asá. No tengo por qué comportarme como lo haces tú, o él, o casi todos, o ‘lo normal’. En ocasiones, me pillo juzgándome en los ‘deberías’. Cada uno tenemos un tipo de energía diferente. A mí me encanta la soledad. Mucho. He aprendido (y me he acostumbrado) a estar sola. Y a estarlo bien. Muy bien. Tanto que me cuesta conectar con otras personas igual que conecto conmigo. Cuando necesito ayuda, me la pido a mí. Y no es por orgullo, por no sentirme débil (antes sí). Es porque me considero mi mejor amiga, la persona que más me conoce y la que más me puede “enseñar” (y sin comillas). Que no la única…
He sabido encontrar mis herramientas para expresarme, para llorarme, para gestionarme. Para sacar fuera lo que me duele dentro. Para desAhogarme… cuando me estoy asfixiando. Para reírme de las películas que me monto (que son muchas). Para conversar con la cantidad de voces que me hablan en la cabeza sin creer que son reales. Me permito el lujo de darles un papel en la obra de teatro que he creado. Quizás ése sea uno de los motivos por los que no me siento nunca sola. Tengo tanta gente en mí, que es imposible no estar acompañada…
Y si en algún momento, necesito a otro alguien para que me sostenga, lo voy a buscar y me dejo querer…
¿Por qué tengo que dejar de SER como soy si como soy ya me siento bien? Esto es lo que me pregunto-afirmo cuando me veo antisocial, cuando me aíslo intencionada y libremente. ¿Por qué tengo que hacer lo que no me sale de las entrañas? Es absurdo.
Amarse a uno mismo es ser auténtico, es hacer lo que de verdad SIENTES. Sea lo que sea. Seas como seas. Y cuando alguna vez he ido en contra mía, para intentar integrarme en la sociedad (como si la sociedad estuviera BIEN integrada…), el dolor que he sentido ha sido tan grande que se me han quitado las ganas de volver a repetir. Respetarse a uno mismo, a tu momento, a qué quieres ahora aunque sea lo opuesto a lo que querías hace 5 minutos, es básico para poder SER FELIZ.
Aunque te llamen loca. Rara. Bruja. Aunque nadie te entienda. Aunque tu mano no vaya agarrada de otra mano. Aunque te critiquen. Te condenen. O te abucheen. Aunque seas tú la que lo haga. ¡SIGUE ADELANTE! No eches la vista atrás ni alante ni arriba ni abajo. Padentro. Siempre padentro. Ahí es donde está tu Alma. La única que sabe lo que es mejor para ti. Lo que te hace vibrar, saltar, soñar y Amar.
Y si tienes que renunciar al ‘clan’, házlo. Porque no hay nada peor como la infidelidad hacia uno mismo.
A veces, hay que parar para poder seguir tu camino y no el de los demás.
VIVE TU VIDA
ES LO “ÚNICO” QUE TIENES
(y sin comillas…)
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