Susan Tidad, el papa, ese proverbial intelectual y humanista de prodigiosa virilidad en su voz, preocupado como está por los problemas que realmente preocupan a nuestro mundo, acaba de pronunciarse, no ha mucho tiempo, sobre uno de los principales: el nombre. Esto… efectivamente, sí, sobre los nombres que los padres ponen a sus hijos; más concretamente, sobre los nombres de bautismo. Se echa de ver, una vez más, la altísima sintonía humanista en las preocupaciones de este grande y viril intelectual que tenemos tienen por sumo pontífice los católicos.
Agobiado su paternal pecho por tal desazón, Susan Tidad quejóse de que los padres modernos no dan nombres cristianos a sus hijos. Algo que, ya en su día, atemorizara a don Juan, aquel párroco que iba cada mañana a ver fusilar rojos al Conquero de Huelva y, en sus ratos de aburrimiento, se tiraba a alguna limpiadora de la parroquial.
Jennifer, Poldark, Samantha, Vanessa, ¡Citröen! ¡ya basta! Hay que poner –dice Susan- nombres cristianos a los nenes y nenas.
¿Qué propone el supremo intelectual y humanista? Nada, pero se queja de que se impongan nombres profanos a los tiernos infantes. Susan, en su erre que erre intelectual a la par que humanista, insiste en que bauticéis a vuestros hijos con nombres cris-tia-nos ¿Os enteráis?
Adeodato, Dioscopesempéride, Temnoclastio, Cleto, Leócritas, Etelreda, Edeltruda… ¡A que os ponen!
Pues rápidos, a la pila, a ver si os los van a quitar.
Mientras tanto, nos preguntamos –embargado el pecho por este sinvivir de la duda- cuál será la próxima gilipollez que se le ocurrirá a Ratzinger… ¡Estos intelectuales humanistas…!