Ruinas de la acrópolis espartanaEl título de "Padre" de la "Historia" se lo disputan dos ilustres griegos, Heródoto y Tucídides, que vivieron entre el 484 y el 400 a.C. Personalmente, como historiador, no sabría a cuál dar mi voto para resolver la controversia. La "Historia" de Heródoto me encanta por su amenidad; de Tucídides, su "Historia de la guerra del Peloponeso" me resulta fascinante. Por mí, les concedería el premio, "ex aequo", a los dos. No sé lo que pensará al respecto el sociólogo Amando de Miguel, pero en el diario El País de ayer, en su artículo "Memoria histórica: Miseria de la Historia", arremetía con bastante dureza, a cuenta de la aplicación y desarrollo de la Ley de Memoria Histórica, contra políticos e historiadores que parecen ver la Historia con anteojeras. Es decir, que solo ven de la Historia la parte que les interesa, obviando la complejidad de la misma. Y es que, como decía Voltaire, "la verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura". Creo que tiene buena parte de razón en su crítica, pero no paso de ahí.
También Platón plantea en su "República", cuestiones de Historia. Pero de historia futura, basada en el pasado. Para Platón, que vivió la crisis total de la democracia ateniense tras su derrota a manos de Esparta en la guerra del Peloponeso (431-404 a.C.), el modelo ideal de Estado no es su Atenas natal, sino Esparta. Una Esparta ideal regida por filósofos, quizá por él mismo, pero eso sí, inmóvil, anclada en un estado social absolutamente rígido e impermeable a cualquier cambio. Un ideal basado en un pasado mítico, perfecto e inalterable donde cada hombre y cada clase tiene su lugar y su función y cualquier novedad resulta un peligro para el Estado.
Cualquier comparación entre Platón y Mariano Rajoy es una mofa inaceptable, una ofensa al primero de ellos que yo no voy a cometer. Sin Platón y sin sus enseñanzas, y las de su maestro, Sócrates, el mundo sería mucho peor de lo que es; si Mariano Rajoy hubiera seguido de registrador de la propiedad el mundo no creo que lo echara en falta, y seguro, España estaría mucho mejor de lo que está. Da la impresión de que el señor presidente del gobierno estuviera intentando trasladar a la sociedad española el ideal de Estado inmovilista que Esparta representó y que Platón defendió implícitamente, con argumentos brillantes, en la "República". ¿De qué otra manera cabría entender el anuncio del vicesecretario de Comunicación del PP, Pablo Casado, de que su partido renuncia a toda idea de reformar la Constitución en su programa electoral? Y ello, alegando que "cualquier intento de reforma podría servir para que los secesionistas tengan un resquicio para reescribir la historia de España".
Es evidente que el señor Rajoy es un artista reconocido en lo de mezclar churras con merinas, pero que su cinismo y desvergüenza llegue a estos extremos resulta difícil de asimilar. Pero bueno, ahí esta. Cierto es que tal y como se presenta el panorama de las nuevas Cortes que surjan en diciembre, cualquier reforma constitucional que no cuente con el apoyo de PP y PSOE, sea cuales sean las otras fuerzas presentes en el Parlamento, está condenada al fracaso por loable que resulte la pretensión. De ahí que cupiera esperar, al menos hasta el anuncio reciente citado, alguna esperanza de consenso. No hay tal. De momento, y aunque en política casi todo es posible en cuestión de alianzas, ese es el "estado de la cuestión". Es decir, que una hipotética reforma de la Constitución no es para el gobierno y el partido que lo sustenta una "Cuestión de Estado", sino mero oportunismo electoral y que donde dijeron "digo" ahora dicen "Diego"... Y aquí, seguimos, inmóviles, camino del desastre.
Y ahora, como decía Sócrates, "Ιωμεν", nos vamos. Sean felices, por favor. Tamaragua, amigos. HArendt
Entrada núm. 2424[email protected]La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)