Confieso sin pudor que
Slavoj Zizek, filósofo y crítico cultural esloveno, profesor en la European Graduate School, director internacional del Birkbeck Institute for the Humanities de la Universidad de Londres e investigador senior en el Instituto de Sociología de la Universidad de Liubliana, Eslovenia, no es santo de mi especial devoción. Lo que no quiere decir que no lo lea con atención. Por ejemplo, su artículo Un gran despertar y sus peligros, publicado hace unos días en el diario El Mundo.El 7 de noviembre de 2017, comienza diciendo Zizek, Judith Butler ayudó a organizar una conferencia en Sao Paulo, Brasil. Aunque su título era Los Finales de la Democracia, y por lo tanto no tenía nada que ver con el tema transgénero, una multitud de derechas se congregó frente a la sede del evento para protestar y quemar una efigie de Butler mientras gritaban «Queimem a bruxa!» (»¡Quememos a la bruja!» en portugués). Este extraño incidente es el último de una larga serie que prueba que hoy en día la diferencia sexual está politizada de dos formas complementarias: la «fluidificación» transgénero de identidades de género y el rechazo neoconservador. La famosa descripción de las dinámicas capitalistas en El Manifiesto Comunista debería complementarse con el hecho de que el capitalismo global también hace que «los prejuicios y la cerrazón sexual sean cada vez más imposibles». También que en el terreno de las prácticas sexuales, «todo lo que es sólido se deshace en el aire, que todo lo que es santo es profanado»: ¿tiende el capitalismo a sustituir la heterosexualidad estándar y normativa con una proliferación de identidades y orientaciones inestables y cambiantes?
El actual reconocimiento de las «minorías» y los «marginales» es la posición predominante de la mayoría; incluso los activistas de la alt-right que se quejan del terror de la corrección política liberal se presentan como protectores de una minoría amenazada. O pensemos en aquellos críticos del patriarcado que lo atacan, como si todavía fuera una posición hegemónica, desconocedores de lo que Marx y Engels escribieron hace más de 150 años, en el primer capítulo de El Manifiesto Comunista: «La burguesía, siempre que tiene el poder, ha acabado con toda relación feudal, patriarcal e idílica». Esto sigue siendo ignorado por los teóricos culturales de izquierdas que centran su crítica en la ideología y la práctica patriarcales. Así que, ¿que deberíamos hacer en relación a esta tensión? ¿Deberíamos limitarnos a apoyar la fluidificación transgénero de las identidades mientras seguimos criticando sus limitaciones?
Hay una tercera forma de contrarrestar la forma tradicional de identidades de género que está prorrumpiendo hoy en día: las mujeres que están sacando a la luz de manera masiva la violencia sexual masculina. La cobertura mediática de este hecho no debería distraernos de lo que está sucediendo realmente: nada menos que un cambio de época, un gran despertar, un nuevo capítulo en la historia de la igualdad. Se cuestionan y se hacen temblar las relaciones entre los sexos tal y como han sido reguladas y organizadas durante miles de años. Y la parte que protesta ahora no es una minoría LGBT, sino una mayoría, las mujeres.
Lo que se está descubriendo no es nada nuevo, es algo que nosotros (al menos vagamente) sabíamos y simplemente no fuimos capaces (voluntariamente) de denunciar abiertamente: cientos de formas de explotar a la mujer sexualmente. Ahora las mujeres están sacando a la luz el lado oscuro de nuestras afirmaciones de igualdad y respeto mutuo, lo que estamos descubriendo es, entre otras cosas, lo hipócrita y prejuiciosa que es nuestra crítica a la opresión de la mujer en los países musulmanes. Tenemos que afrontar nuestra propia realidad de opresión y explotación. Como en todo movimiento revolucionario, habrá numerosas injusticias, ironías, etc. (Por ejemplo, dudo que los actos de Louis CK, con todo lo deplorables y lascivos que son, se puedan poner al mismo nivel que la violencia sexual directa). Pero, una vez más, todo esto no debería distraernos; más bien deberíamos centrarnos en los problemas que nos esperan.
Aunque algunos países ya están cerca de una nueva cultura sexual post-patriarcal (fijémonos en Islandia, donde dos tercios de los niños nacen fuera del matrimonio, y las mujeres ocupan más puestos en las instituciones públicas de poder que los hombres), una de las tareas clave es, en primer lugar, la necesidad de explorar qué ganamos y qué perdemos en esta revolución de nuestros procedimientos heredados de cortejo: habrá que establecer nuevas reglas para evitar una cultura estéril de miedo e incerteza. Algunas feministas inteligentes apuntaron hace tiempo que, si intentamos imaginar un cortejo políticamente correcto al 100%, nos acercamos asombrosamente a un contrato mercantil formal. El problema es que la sexualidad, el poder y la violencia están íntimamente mucho más interconectados de lo que cabría pensar, de manera que también algunos elementos de lo que se considera brutalidad pueden ser sexualizados, es decir, invertidos libidinosamente. Después de todo, el sadismo y el masoquismo son formas de actividad sexual. Los juegos sexualmente purificados de violencia y poder pueden acabar siendo asexualizados.
La siguiente tarea es asegurarnos de que la actual explosión no se limite a la vida pública de los ricos y famosos sino que fluya y penetre en la vida diaria de millones de individuos ordinarios e invisibles. Y el último punto (pero no menos importante) es explorar cómo relacionar este despertar con las actuales luchas políticas y económicas, es decir, cómo evitar que la ideología liberal occidental (y la práctica) se apropie de él como otra forma de reafirmar que somos prioritarios. Hay que hacer un esfuerzo para que este despertar no se convierta en un caso más de legitimación política basada en el estado de víctima del sujeto. ¿No es la característica básica de la subjetividad de hoy en día la extraña combinación del sujeto libre que se experimenta a sí mismo como responsable último de su destino y el sujeto que basa la autoridad de su discurso en su estatus de víctima de circunstancias más allá de su control?
Cada contacto con otro ser humano se vive como una potencial amenaza. Si el otro fuma, si me lanza una mirada avariciosa, ya me hiere. Esta lógica de la victimización está universalizada hoy en día. Y va más allá de los habituales casos de acoso sexual o racista. Recordemos la demanda a la industria financiera del pago por daños y perjuicios.También el acuerdo de la industria del tabaco en Estados Unidos, las reclamaciones financieras de las víctimas del holocausto y los trabajadores forzados en la Alemania nazi o la idea de que Estados Unidos debería pagar a los afroamericanos cientos de miles de millones de dólares por todo aquello de lo se les ha privado a raíz de su pasado de esclavitud. Ésta noción del sujeto como una víctima no responsable conlleva la perspectiva narcisista extrema, según la cual cualquier encuentro con el otro se percibe como una potencial amenaza al precario equilibrio imaginario del sujeto. Como tal, es el complemento inherente del sujeto liberal libre más que lo contrario: en la forma predominante de individualidad de hoy en día, la aserción egocéntrica del sujeto psicológico se solapa paradójicamente con la percepción de uno mismo como víctima de las circunstancias.
En un hotel de Skopje donde me alojé recientemente, mi compañera preguntó si podíamos fumar en la habitación. La respuesta del recepcionista fue única: «Por supuesto que no, está prohibido por ley. Pero en la habitación tienen ceniceros, así que no hay problema». Nuestro asombro no acabó aquí. Cuando entramos en la habitación, allí estaba el cenicero de cristal encima de la mesa, con un dibujo en el fondo de un cigarrillo con una gran señal de prohibido encima. Así que no era el típico juego de algunos hoteles tolerantes donde te susurran discretamente que, aunque está oficialmente prohibido, puedes fumar disimuladamente junto a una ventana abierta o algo así. La contradicción (entre prohibición y permiso) estaba plenamente asumida y quedaba así anulada, tratada como inexistente, es decir, el mensaje era: «Está prohibido, y así es como lo tienes que hacer». Y, de vuelta al actual despertar, el peligro reside en que, de forma homóloga, la ideología de libertad personal se combinará fácilmente con la lógica del victimismo (con la libertad silenciosamente reducida a la libertad para sacar a la luz la propia condición de víctima), convirtiendo así en superflua una politización emancipadora radical del despertar, haciendo de la lucha de las mujeres una más en toda una serie de luchas: lucha contra el capitalismo global y las amenazas medioambientales, por una democracia diferente, contra el racismo, etc.
Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: vámonos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt
HArendt
[email protected]La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)