El psicólogo Daniel Goleman, en 2009
Las mejores respuestas a una pregunta tan compleja vinieron de Inglaterra y de Escocia. Se macizaron así: debemos ser morales porque… no tenemos más remedio que serlo. Estamos diseñados para ello. Somos morales porque tenemos un sexto sentido. Cuando vemos una acción directamente contraria a lo que es bueno, se nos levanta un asco, un horror, se nos despierta algo en el fondo de nuestro cuerpo que nos dice que aquello no está bien. Es nuestro sexto sentido, el sentido moral. Si vemos cómo se golpea a un niño, a un animal indefenso, se viola, se calumnia con gusto…, sentimos algo parecido al vértigo. Eso es el “sentido moral”. Con tan buena guía es difícil equivocarse. Es tal que la vista o los oídos. Y, como ellos, puede muy bien suceder que alguien lo tenga flojo o carezca por completo de él. Pero eso no lo invalida. La mayoría lo poseemos en su modo corriente. A quien lo tenga deficiente difícilmente se lo podemos mejorar. Lo mejor es precaverse de ese tipo de gente… o gentuza.Estas cosas, en filosofía, nunca se afirman sin que se desate una polémica, pero dejémosla ahora callada. Hutcheson lo bordó: los sentimientos benévolos son parte inalienable de la condición natural humana. Están ahí. Antes de hablar ya sonreímos. No somos buenos por naturaleza, pero somos morales por destino. Para hacer desaparecer a ese nuestro sexto sentido hay que trabajar bastante. Porque es más fuerte que la voz de la conciencia. Es terror y vómito a un tiempo.¿Y qué pasa con la crueldad? Pues que resultaría ser un aprendizaje. Poco a poco, mediante sucesivas y al principio pequeñas crueldades, aprenderíamos a orillar y evitar ese sentimiento innato. Iríamos subiendo la dosis. Ensayaríamos a distanciarnos con los objetos, los animales, los débiles, subiendo y alargando la distancia hasta ensordecer a nuestra naturaleza. Practicaríamos la crueldad en gustos y espectáculos. Distancia, risa, chacota del dolor ajeno. Gusto por la crueldad o incluso el ensañamiento. Lo llevaríamos a término con ciertas excepciones… con cualquiera que no pudiera devolvérnosla. Porque esa precaución siempre, quien no fuera definitivamente idiota, la guardaría. Así que desde el siglo ilustrado la humanidad supo que tenía un sentido que añadir a los cinco corrientes. Cierto problema había en que nunca antes hubiéramos sabido nada de él. Pero no seamos gente puntillosa. Reconocemos lo que se nos quiere decir.Ahora le solemos llamar “inteligencia emocional”, esto es, la capacidad de ponerse en el lugar de otro o de casi poder sentir lo que siente si a ello nos afanamos. Goleman, cuyos libros fueron tan visitados a principios de milenio, es lo que cuenta. Que hay gente más o menos lista en ver y captar la emoción base de los demás. Percibimos que en esas intuiciones brilla una chispa de verdad. Por lo mismo sabemos cómo se educa en la falta de compasión. Sabemos que muchas culturas definitivamente han hecho de esa senda cruel su fundamento de existencia. Nos basta con ver su pedagogía de presentación. Las reconocemos. Todavía las usamos".
HArendt
Entrada núm. 5354
[email protected]La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)