En el último show-room vinieron tres amigas, una con la intención de comprar y las otras dos de acompañantes. Una de estas últimas no paraba de echarle el ojo a nuestras plantas, que no estaban a la venta, sino para decorar la exposición.
La chica no pudo resistirse y, en un momento dado, nos preguntó que cuánto costaban. Nos entró la risa y le dijimos que eran nuestras y sólo para ambientar el espacio. Pero ella insistió hasta el punto de que abrió el monedero y nos ofreció un billete pequeño por una de ellas. ¡No pudimos decirle que no!
Estaba más ilusionada, incluso, con su adquisición, que la otra amiga que se llevó uno de nuestros percheros.
Y no hacía más que repetir lo preciosa que le iba a quedar en su cocina.
Visto lo visto, nos hemos puesto a decorar más recipientes que teníamos por el taller. De nuevo, puntillas de plástico pintadas en diferentes colores.
Y a pegarlas donde más nos guste, teniendo en cuenta la forma y el tamaño de cada cacharro.
Las hemos hecho con la intención de seguir decorando nuestro lugar de trabajo, pero quién sabe si también enamorarán lo suficiente a alguien como para comprarlas...
Mecachis en diez, ¿nos habremos equivocado de vocación?
¡Feliz fin de semana!