Por Emanuele «Piero» Pierobon
El propósito de este artículo es mover algunas críticas a la
retórica que se suele emplear para denunciar el fenómeno de la gentrificación
cómo uno de los principales problemas de la ciudad contemporánea. Las
reflexiones propuestas surgen de la participación a varios debates sobre el
tema que se han desarrollado en ámbitos muy diversos, del académico al vecinal.
Se cree que el discurso predominante de critica a la gentrificación adolece de
algunos malos entendidos tanto en su diagnostico cómo en su propuesta. Ello
hace que las iniciativas que se en ocasiones se plantean para contrastar la
gentrificación puedan llagar a ser contraproducentes y paradójicas.
Quien escribe estas notas comparte la idea de que la
gentrificación es una amenaza para la supervivencia de la ciudad como lugar
plural, diverso e inclusivo, pero también propone complementar el principio del
derecho a la ciudad de Lefevre con una
instancia de responsabilidad del ciudadano: la idea de un «deber hacia la ciudad», no siempre explicito
en el discurso progresista. Por otro lado, parece claro que la gentrificación es un
fenómeno propio de un sistema capitalista. Mientras no se pueda abolir este último,
el poder público debería por lo menos imponer reglas de juego capaces de
mitigar los efectos más odiosos de la gentrificación, como la expulsión de
población y la banalización del espacio urbano.
Sin embargo a menudo es
la propia acción institucional la iniciadora de procesos gentrificadores. Son
ejemplo de ello tanto algunos programas de recualificación de cascos históricos
o periferias, como la organización de grandes eventos lúdicos o deportivos como
olimpiadas y expos.
Es opinión de quien escribe que, cuando el ciudadano es
abandonado a su suerte por los poderes que deberían defenderlo de la
gentrificación, tiene todo el derecho a luchar para preservar su espacio urbano.
La cuestión es cómo conseguir hacerlo eficazmente y sin infligir la ley. La
reflexión que aquí se propone tampoco tiene una respuesta a este dilema. Su
objetivo, bastante más modesto, es prevenir a los activistas contra la
gentrificación sobre algunos errores frecuentes en una cierta conceptualización
del problema para evitar iniciativas que se puedan revelar perversas.
La primera crítica mira a las consecuencias de una lectura dicotómica de la
gentrificación, por la cual se tiende a una separación artificiosa entre buenos y malos. Los colores grises y las ambigüedades, sobre todo las
propias, suelen ser omitidos de la narración.
Los buenos están dentro (del barrio)
defendiéndose, mientras que los malos
están fuera, sitiando. Por defecto,
entre los buenos se tiende a incluir acríticamente a la llamada población
autóctona.
Sin embargo, se detectan varias incongruencias en este
argumento. Ante todo, la ciudades el
lugar del intercambio, de la mezcla continua, de la yuxtaposición de clases,
razas, culturas… ¿Hasta qué punto tiene sentido ensalzar lo autóctono y lo
inamovible? Y, si se hace, hasta que generación es preciso remontarse para dar
con los auténticos depositarios del derecho al espacio? En la ciudad, autóctono
sería en todo caso todo aquello que
consiga quedarse lo suficiente como para dejar un legado, a veces a costa
de otro anterior.
Luego, aún admitiendo lo autóctono como categoría relevante
para un discurso en contra de la gentrificación, todavía es preciso cuestionarse
acerca de su supuesta bondad intrínseca.
¿Qué pensar por ejemplo de una familia muy asentada en un determinado barrio,
pero con una larga tradición de delincuencia? Aquí es donde lo autóctono no
parece ser un argumento suficiente. El debate suscitado recientemente por el
Toro de la Vega ha planteado un dilema en cierto modo parecido: ¿es lo
tradicional intrínsecamente bueno y legitimo? Parecería que no.
En tercer lugar, la cohesión interna del barrio contra la
gentrificación tampoco puede darse siempre por descontada; los supuestos asaltados no necesariamente son
portadores de los mismos intereses y algunos pueden estar deseosos de ser «asaltados». En ocasiones son precisamente los más arraigados, como la
población anciana, aquellos que ven con mayor favor determinadas acciones de
transformación y mejora que pueden enmascarar en realidad otros fines
especulativos. Y cabe comprenderles: por ejemplo, situaciones de infravivienda
y hacinamiento, que pueden tener cómo efecto global una depresión o moderación
de los valores inmobiliarios, no son nada agradables cuando toque vivirlas de
muy cerca, compartiendo con ellas el mismo rellano.
La segunda crítica se centra en el hecho de que a menudo, en
los discursos en contra de la gentrificación, se menciona a la clase obrera. Este frecuente guiño a la lucha
de clase marxista se produce tal vez con la intención de fortalecer la narración de la gentrificación: en la
competición por la centralidad los descendientes del proletariado, legítimos
moradores del barrio,son desplazados
por la llegada de las avanzadillas rampantes de la nueva burguesía. Desde
luego, la gentrificación implica una lucha de clases (o quizás la derrota de
unas frente a otras), pero esta no es
necesariamente una prerrogativa de los barrios obreros.Puede tener lugar también en barrios
previamente burgueses luego caídos en
desgracia (con llegada por tanto de una población más pobre), y finalmente
devueltos a su antiguo esplendor (burgués), como parecería ser el caso del
barrio de Chueca, en el centro de Madrid, que no surgió cómo un entorno obrero.
En cualquier caso el mismo concepto de clase obrera, si
empleado como argumento de peso, debería
ser objeto de mayor reflexión y actualización. Cabe preguntarse por ejemplo:
¿quiénes son los obreros del presente? En un escenario en que el sector
secundario (el propiamente obrero) ha sido fuertemente marginalizado, los
nuevos obreros podrían ser tal vez los trabajadores más explotados y
precarizados del terciario contemporáneo: camareros, tele-operadores, limpiadores del hogar,
becarios…, pero no parece manifestarse entre estos trabajadores la conciencia
de clase ni la territorialización de
instancias e identidades que caracterizó a la clase obrera de la ciudad
fordista.
Así que argumentar la lucha a la gentrificación como un acto
de defensa de la clase obrera requeriría cuanto menos la comprobación de la
supervivencia y estado de salud de esta última. Y, si fuera cierto que los «nuevos obreros» son los trabajadores terciarios citados arriba, estos parecen
más bien mudos sindicalmente, fragmentados, desvinculados del lugar urbano como
hecho de identidad, y fundamentalmente consumistas en sus estilos de vida. Serían
por tanto algo muy diferente a lo que llegó a ser históricamente el movimiento
obrero y su modus vivendi sería en parte
causa de su propia puesta en peligro dentro del espacio urbano.
Hasta aquí se han querido analizar unos argumentos de la
retórica sobre la gentrificación quese
consideran falaces. Confiar en ellos
para criticar la gentrificación puede suscitar una gran adhesión emotiva, gracias
quizás a cierta virtud catártica de
ese tipo de narración, pero expone al riesgo de sembrar el camino de malos
entendidos y promover acciones incoherentes.
Se quiere ahora poner el foco en algunas de las
contradicciones que a menudo atañen a quienes son portavoces de las narrativas
de la gentrificación que se han criticado. Para empezar, es necesario reconocer
que la mayor parte de las personas que acuden a seminarios y debates sobre la
gentrificación son, muy a su pesar, gentrificadores
en potencia, inclusive quien escribe estas líneas. Asumir este hecho es
doloroso, puesto que (nos) despoja del convencimiento de estar de la parte de
los justos: los supuestos defensores,
pasan a ser involuntarios asaltantes .
Su condición de gentrificadores potenciales no se debe en
este caso a un afán especulativo/inmobiliario (su economíaa menudo no se lo permite), sino al hecho de
pertenecer a un sector de población con un nivel de educación medio-alto, y por
tanto con potencial de ascenso. Este
dato no pasa inobservado a los ojos del mercado, que intuye una disponibilidad
a pagar, a futuro, en cualquier caso superior a la de otra población de un
determinado entorno que, sea o no de la clase obrera en el sentido histórico,
no disfruta del mismo potencial.
Es una situación ciertamente paradójica que podría estar
bien sintetizada por aquella pintada que criticaba la construcción de una nueva
autovía para llegar a la sierra en estos términos: «Esta es la carretera que
nos lleva a ver el paisaje que la carretera ha destrozado». El aforisma parecería
captar a la perfección la contradicción que atañe a muchos de los militantes en
contra de la gentrificación.
Al potencial de ascenso citado antes se añaden otros
factores, que se acomunan por ser una
proyección y visualización en el espacio urbano de apetencias y gustos
singulares, no convencionales. Alguien se ha referido a ello con la expresión «la eterna búsqueda de lo autentico» que
se traduciría en el gusto por los grafiti,
los muebles y objetos retro, los espacios de arte alternativos, las tiendas
bio, la exaltación de lo étnico y del mestizaje… y que se materializa en un
sinfín de actividades singulares: cursillos de percusiones, danzas orientales, teatro
experimental, cocina de fusión, etc.
Todo ello concurre a la singularización y a la híper-representación
y simbolización (la coolness) del
espacio en que se manifiesta, lo cual a su vez atrae a más buscadores de lo auténtico, que no suelen ser precisamente la clase
obrera o el nuevo subproletariado que los anti-gentrificación quisieran
defender.
Se propone un ejemplo para aclarar el funcionamiento
paradójico de este mecanismo.Supongamos
que el artista Banksy hiciera en la plaza principal de un barrio amenazado por
la gentrificación un grafiti con el siguiente mensaje: «¡La gentrificación es una
bazofia!».Probablemente, y muy a su
pesar, Banksy también estaría contribuyendo de esta manera al fenómeno que
pretende denunciar, por el simple hecho de ser al fin y al cabo un icono de
fama internacional, si bien militante de muchas causas sociales.
Inevitablemente hoy en día un grafiti de Banksy está destinado a incrementar la
coolness del lugar en el que se emplace
y muy a pesar de su posible mensaje social. Los eternos buscadores de lo autentico tendrán una razón de más para interesarse
por ese lugar y su movimiento no pasará desapercibido a los ojos del mercado,
por lo menos hasta cuando los bienes y servicios que esta población (fluctuante
o residente que sea) demanda se pague en euros y no en conchas, besos o abrazos.
Por estas razones se cree necesario criticar también todas
aquellas acciones que pretenden ser anti-gentrificación, pero que incurren
precisamente en este mecanismo perverso de singularización
del espacio urbano. Parecería que, en realidad, lo mejor que le puede pasar a
ciertos barrios es justo lo contrario: pasar desapercibidos, pero no por ello
olvidados por la administración pública.
Parece oportuno mencionar en el seno de estas reflexiones el
caso de Cereal Killer, una tienda de Londres que vende cereales a precios elevados
en un entorno claramente empobrecido y que en septiembre de este año (2015) fue
atacada por grupos anarquistas. La acción de los anarquistas no fue un arrebato,
sino una estrategia: emplear la violencia como elemento paradójicamente normalizador de ese entorno amenazado,
una manera radical de trazar una raya y decir «hasta aquí».
Algo parecido pasaba por lo visto en el barrio neoyorquino
de Harlem en la década de los ’80, cuando los autobuses de turistas que acudían
a visitar su autenticidad (la de un
gueto negro y pobre, pero cuna del jazz) eran recibidos a pedradas. Es posible
que quien tiraba las piedras ignorase por completo la palabra gentrificación. También
cabe que no había nada personal en contra de los incautos turistas, sino la
intuición de que aquello era la punta de lanza de algo que acabaría por
amenazar los equilibrios de su entorno, como finalmente pasó.
Sin querer hacer ninguna apología de la violencia, se cree poder
afirmar que la acción de los anarquistas de Londres fue objetivamente más
coherente a sus fines y más exenta de contradicciones respecto a otras
acciones, desde la perspectiva aquí argumentada, caen en la espiral de la simbolización
e híper-representación del espacio denunciada arriba.
A modo de conclusión, se quiere avanzar una propuesta concebida
comoun antídoto, cuanto menos parcial, a
la gentrificación. Cabe añadir que se trata de una propuesta institucionalista, en cuanto implica la
acción y una voluntad concreta por parte del poder público, y en esto puede
estar su gran límite ahí donde las voluntades de la administración vayan hacia
otras direcciones.
Si la singularización y la híper-representación del espacio
es una de las dimensiones del problema, puede constituir una apuesta
viablepara su normalización una
política de localización ecuánime de los usospoco deseados/deseables de la ciudad. Es decir, buena partede aquellos que en los últimos 40 años de
historia urbana han sido progresivamente y sistemáticamente desplazados hacia
las traseras de la ciudad y las cada vez más embrutecidas periferias.
¿Cuáles son estos usos? Se hace referencia en general a aquellos que tienden a ejercer un
efecto depresivo sobre los valores inmobiliarios: cárceles, manicomios, centros
para la recuperación de drogadictos, centros para inmigrantes y tantos otros
espacios en los que se ejercen funciones de alguna manera molestas o hasta
vergonzosas para algunos, cómo es el caso de la prostitución.
La que se ha llamado aquí la normalización del espacio urbano vendría a funcionar en un sentido
opuesto a los mecanismos de la singularización y simbolización llevaría un
mensaje político muy claro: la ciudad está dispuesta en todo momento a reconocer
y acoger la existencia de su «patio trasero», y hace de su integración una
misión constante, una praxis cotidiana.
¿Supondría este tipo de estrategia el fin de la
gentrificación? Quizás esto sea imposible en una economía de libre mercado, pero
podría por lo menos actuar como elemento significativo de mitigación, porque
conseguiría oponer a la lógica predominante de la demanda una lógica de «anti-demanda».
Cabe preguntarse también si,bajo estas
premisas, ciertos barrios acabarían siendo menos atractivos, menos cool. Probablemente sí, pero se trataría
de un precio razonable a pagar si se obtuviera a cambio una ciudad mucho más
incluyente y sin tapujos, sin zonificaciones y sistemáticas (e hipócritas) ocultaciones
de lo indeseable.
Emanuele Pierobon es urbanista y militante de los nuevos enfoques a la
planificación inspirados por el paradigma de la sostenibilidad y por la
ampliación de la esfera pública. Vive y trabaja en Madrid desde 2003,
habiéndose ocupado entre otros aspectos de planificación estratégica,
protección del paisaje, recualificación urbana, participación
ciudadana, y planes de movilidad sostenible.
Podéis encontrar más artículos y contenidos sobre gentrificiación en el siguiente enlace: http://bit.ly/Gentrificacion
Créditos de las imágenes:
Imagen 01: Pintada contra la gentrificación en una ciudad de Inglaterra: «necesitamos viviendas sociales, no pisos para pijos. Regeneración, no gentrificación» (fuente: badscentsofhumour.com)
Imagen 02: El Foro Social de Barcelona y la Ría de Bilbao. Dos ejemplos de recualificación a gran escala de iniciativa pública e con efectos gentrificadores. (fuente: Wikipedia / Antena 3)
Imagen 03: Escaparate de una agencia inmobiliaria, uno de los «malos de la película». Interpretación pictórica del asalto a Fort Álamo. (fuente: periodismohumano.com / dinosoria.com)
Imagen 04: Representación de una familia Celtíbera. Manifestación en apoyo a la población inmigrante en el barrio de Lavapiés. (fuente: rutasconhistoria.es / barriosinfronteras.vdelavapies.info)
Imagen 05: El Cuarto Estado en la pintura de Pelliza da Volpedo. Barrio obrero (con vistas…a la fábrica) de una ciudad británica en los años '60. (fuente: audiotisco.es / Un Interior Sostenible)
Imagen 06: Una típica tienda hipster: bicicletas, piercing, tatuajes... y diseño. Estantería de una tienda de tés y otras infusiones. De la eterna búsqueda de lo tradicional, lo sano, lo autentico... ¡a precio de oro! (fuente: Flickr / thejoyofcha.com
Imagen 07: Cartel de película y grafiti en Lavapiés. ¿Ejemplos de híper-representación y singularización del espacio? (fuente: Film Affinity / propia)
Imagen 08: La tienda Cereal Killer de Londres en el día siguiente a los ataques anárquicos. Protesta vecinal en Harlem. (fuente: Telegraph / charlemosbarnard.wordpress.com)
Imagen 09: La localización de los «usos indeseados«» cómo posible estrategia anti-gentrificación: baños diurnos en la plaza de Embajadores (Madrid) y la cárcel masculina de Venecia, ubicada dentro del tejido urbano. (fuente: Ayuntamiento de Madrid / Panoramio)
Imagen 10: ¿Gentrificación cómo oportunidad o cómo problema? Opuestas lecturas del fenómeno y respectivas conclusiones... (fuente: miista.com)
Revista Arquitectura
Sus últimos artículos
-
Activar y mejorar la red de espacios públicos para recuperar la vida urbana
-
Vídeo y presentación de la ponencia de Paisaje Transversal en COMUS 2020
-
La España vaciada se vuelca con Smart Rural 21 solicitando estrategias inteligentes
-
Escuchar y transformar, una metodología al servicio de la ciudad activa