Revista Cultura y Ocio

A vueltas con la novela del siglo XXI: Vilas, Calvo, Carrión

Publicado el 18 marzo 2010 por Almargen
La substa del lote 49 o Arco iris de gravedad, de Thomas Pynchon, Ulises o Finnegans Wake, de James Joyce, Manhattan Transfer, de John Dos Passos,  Mazurca para dos muertos, Madera de boj y Oficio de tinieblas 5, de Cela, La saga fuga de JB, de Gonzalo Torrente BallesterParábola de un náufrago, de Delibes, Quimera, de John BarthParadiso, de Lezama Lima , Berlín Alexander Platz, de Alfred Döblin o El hombre sin atributos, de Robert Musil,  Tres tristes tigres, de Guillermo Cabrera Infante, El estrangulador, de Manuel Vázquez Montalbán .... No he podido por menos que recordar estos títulos tras la lectura de los artículos de Manuel Vilas, en ABCD las letras, y de Jordi Carrión, en El País junto con la réplica a Vilas de Javier Calvo en su blog cuestionando el género del libro Aire Nuestro (al que yo califiqué en una entrada de este blog de novela). Casi todos los libros arriba mencionados fueron publicados entre los años 20 y 80 del pasado siglo. Fueron, en su día, la ruptura, el vanguardismo, la quiebra de la llamada narración convencional, la innovación y renovación del género narrativo, la ruptura con el lenguaje tradicional. Era la novela del siglo XX que acababa con la "historia" y con la narratividad (aunque no del todo). La de dios es cristo, vamos.
A vueltas con la novela del siglo XXI: Vilas, Calvo, Carrión
En paralelo a estas novelas, gran parte de ellas paradigma, proclamado por la crítica y por los expertos de literatura de su tiempo, de una nueva novela y del final de la novela tradicional, salieron a la luz El proceso o El castillo, de Kafka (en realidad, todo Kafka), Cien años de soledad o Crónica de una muerte anunciada, de García Márquez, El siglo de las luces, de Carpentier, Yo el Supremo, de Roa Bastos, El guardián entre el centeno de Salinger, Suave es la noche y El gran Gatsby, de Fitzerald Luz de agosto y Santuario, de FaulknerA sangre fría, de Truman Capote, Llámalo sueño de Henry Roth, La guerra del fin del mundo de Mario Vargas Llosa, La montaña mágica, de Thomas Mann, El tambor de hojalata de Günter Grass, Expiación, de Ian McEwan  .... .
En el primer bloque, la narración desestructurada, sin apenas argumento, la fragmentariedad, la hibridación de géneros y de disciplinas artísticas, el componente irracional (aunque, todo hay que decirlo, mantienen un hilo conductor que las dota de sentido).
En el segundo bloque, la narración sustentada en la historia, con argumento y tensión argumental, el relato más transparente y depurado.
¿Cuáles, de ambos grupos, podrían ser definidas como novelas del siglo XX y cuáles no? ¿Es más moderna Ulises que, por ejemplo, La metamorfosis, deKafka? ¿Quién puede afirmar que un texto basado en la irracionalidad al que su autor calificó de tecnoficción como Arco iris de gravedad, de Pynchon es más del siglo XX que un mecanismo de relojería narrativa como Santuario, de Faulkner?  ¿Vía Revolucionaria, de Richard Yates, o La saga fuga de J. B., de Torrente Ballester?
A vueltas con la novela del siglo XXI: Vilas, Calvo, CarriónA principios de año, para trabajar en un artículo en el que pretendía relacionar el año Camus con la caída del muro de Berlín y con la situación del mundo global en el nuevo siglo, releí La peste, El extranjero y La caída. Pues bien, en esas tres novelas, escritas hace la friolera de 70 años, se advierten los grandes dramas, las más profundas incertidumbres y perplejidades del siglo XXI. Curiosamente, con más intensidad que en la inmensa mayoría de las novelas de muchos autores que me son coetáneos. Desde luego, con una profundidad existencial difícil de encontrar en la novela última: profundidad que deviene de la capacidad de Camus para contemplar lo colectivo con una mirada cargada con la subjetividad de quien se pregunta por la vida del yo en estrecha vinculación con los otros tras acontecimientos tan brutales como la Segunda Guerra Mundial y el nazismo.
Cierto que no hay una verdad universal sobre casi nada. Menos sobre qué estética narrativa responde a las necesidades del lector literario del siglo XXI. Como crítico, necesitaría un amplio espacio para desarrollar esa teoría (en algunos artículos publicados en los últimos 5 años me he extendido con amplitud), pero como escritor, como ser humano que se ha enfrentado en varias ocasiones al desafío de construir y escribir una novela, sí estoy en condiciones de afirmar que lo que me parece más fácil es la opción por la fragmentariedad, escribir sin un orden premeditado, respondiendo a impulsos inconscientes, trasladar al texto citas internas, textos de otros guiado por un azar tan caprichoso como irracional, encadenar ideas e imágines... Y lo más difícil, construir una historia con un lenguaje revelador, exigente, trabajar una trama que muestre e intente resolver las contradicciones que viven los personajes (que han de ser vivos, de carne y hueso y alma), crear un mundo, una atmósfera, una suma o una interrelación de vidas, una sucesión de acontecimientos tejidos por una lógica que los emparente y les dé sentido. Para mí es esto último lo más difícil, lo que requiere de un esfuerzo sostenido (de lenguaje y de imaginación) hasta lograr una obra en la que nada suene a gratuito, a capricho no justificado, a mero artificio. No por casualidad, algunos amigos narradores llegaron a confesarme hace un par de años las serias dificultades con que se encontraban a la hora de estructurar una trama, su admiración hacia aquellos que lograban, con cierta facilidad, construir historias (al margen de la estética con que las trazaran) y sus limitaciones para escribir otra cosa que no fuera un libro de relatos o una sucesión de reflexiones, estampas/fragmentos o anécdotas.
A vueltas con la novela del siglo XXI: Vilas, Calvo, CarriónCierto es, también, que Roberto Bolaño abrió paso a una narrativa en la que la experimentación confluía con una decidida voluntad de indagar en las grandes incertidumbres contemporáneas y que una expresión de esa voluntad es 2666: una novela de y sobre la violencia del México del siglo XX, una expresión de la más rotunda perplejidad frente a un mundo cruel, irracional, poco asimilable, por cierto, a los fragmentarismos postmodernos de diversa índole. Y verdad es, también, que el "proyecto nocilla" supone un esfuerzo por amalgamar los materiales de distinto orden que ofrece la Red en la era de Internet (desde el texto ajeno o el video hasta la viñeta dibujada).  Que en ese universo narrativo, que se ha mostrado en esta primera década del siglo XXI como la gran novedad, como la expresión de una literatura "mutante", todo vale, hasta la frivolización de la violencia. Ese esfuerzo, que se ha acompañado de una poética grupal, a mí me suscita algunas preguntas de no fácil respuesta:
1. ¿Qué razón de contemporaneidad sustenta la idea de que la novela del siglo XXI ha de ser forzasamente fragmento, carecer de "historia" y argumento, levantarse sobre el caos? Esa idea, tan vieja como la vanguardia, se manifestó, en lo concreto, en la Norteamérica de los años 60 y en la novela de la contracultura. Sus frutos, limitados. Después, en los 80-90,  vinieron los Carver, Wolff, McInerney, Richard Ford, narradores de historias. Y se hicieron con el santo y la limosna.
2. ¿Acaso la gran novela, comenzando por El Quijote, no es un intento de ofrecer un orden inventado al caos de la realidad, una lógica imaginaria pero lógica al fin y al cabo, a ese caos?
3. ¿Por qué la novela del siglo XXI ha de ser reflejo del mundo que circula en el ciberespacio y el novelista debe renunciar a desafiar a esa lógica? ¿Acaso yo, por ejemplo, escritor en este blog y frecuentador del mundo virtual de la Red, debería, por no sé sabe qué prescripción de la teoría literaria de la postmodernidad, trasladar ese collage a mis novelas para ser un narrador de este siglo porque en caso contrario quedaría fuera de la modernidad?
4¿Quién puede afirmar que un monumento narrativo como Verdes valles, colinas rojas, de Ramiro Pinilla, o Ojos que no ven, de González Sáinz, Crematorio, de Rafael Chirbes o Anatomía de un instante, de Cercas, por citar cuatro ejemplos que sobre la marcha me vienen a la mente, no pueden ser considerados del siglo XXI por estar construidos con técnicas no fragmentarias, por contar historias, mientras que sí lo serían los libros de Vilas o de Fernández Mallo, entre otros?. ¿No es un sinsentido?
Hasta aquí mi reflexión. Continuará. Supongo....

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