A vueltas con la serendipia de mierda
La serendipia es tirar el tejo por fuera de la rayuela
Hablando de los pasillos prohibidos (véase el post de este mismo blog de ayer) bajó la tapa del portátil, como quien lo hiciera de un retrete en el que cada quince días vomitaba, en las páginas virtuales de este blog siempre[en]medio) los barruntos de horas de darle vueltas a la cabeza detrás de ideas peregrinas que pudieran evocar a alguien razonamientos (o incluso sentimientos olvidados); o cualquier otro calambre mental que se produjera desde la pantallita del móvil, o del ipad, o del e-book…
Algunos segundos antes de ese gesto de clausura, cerró el administrador de la página y descansó, porque el deber ya estaba cumplido hasta dentro de una quincena, y a partir de ese mismo instante empezarían a caer los Me Gusta en el Facebook y los RT en Twitter, y la gente comentaría en los bares que la arbitraria Serendipia forma parte involuntaria de sus vidas, y que gracias Matthewfragel por escribirlo de manera efímera, porque así se evidencia que las actitudes humanas no son más que desactitudes sociales.
A lo mejor, tras apagar el equipo, y salir a la calle, alguien se habría escapado de los malditos pasillos esos y lo habría pasado a buscar, con la sonrisa de lo inesperado y destrozando de un golpe certero todos los prejuicios y las normas, y los hábitos, y las manías, y empezaría una vida loca plena de comer lentejas con piedras; y de comprar carne en tiendas de barrio sin colas ni números en el aparatito rojo, en las que el carnicero, mientras te ofrecía un “cacho de carne” sin nombre ni ubicación anatómica ninguna, te contaba un chiste sin gracia.
¡Qué dispendio de existencia! llegó a imaginar, en el que lo imprevisto sería la clave, la salvación, el tronco flotando, el clavo ardiendo…
Y al llegar al garaje, prefirió no arrancar el coche, porque caminando gastaba menos (incluso llegó, en ese mismo segundo, a decidir venderlo porque casi ya no conducía) y salió andando por la calle abajo. Pero a los primeros pasos se preguntó, ¿y si la mujer de mi vida está pasando ahora a dos kilómetros de aquí y jamás la veré, porque a pie tardaré más de 10 minutos en llegar hasta allí, y cuando llegue justo a ese lugar ella ya se habrá ido?
Sopló para difuminar tremenda pregunta. Siguió caminando repitiéndose una y otra vez: Maldita serendipia de mierda.