La muy establecida idea de que el primitivo cine de vaqueros quedó redimido por "Stagecoach" de John Ford, desheredó a cientos de películas de todas las décadas anteriores a 1939. Los numerosos seriales y las no menos abundantes y audaces fusiones con otros géneros, fueron quizá las más perjudicadas, pero también quedaron para siempre subestimadas las comedias y los melodramas que tan solo tenían al fondo el escenario y la época, pero no tanto los códigos, los personajes, los mecanismos que activaban la acción. Que todas ellas sean miradas desde entonces con condescendencia y candor apenas disimula el desprecio, la imposibilidad de prosperar críticamente. La idea, complementaria a esa auténtica falla que se abre con el mítico western, de que un nuevo gran rumbo fue tomado por el género a partir de la finalización de la Segunda Guerra Mundial (y razones de peso hay de sobras para argumentarlo: "My darling Clementine", "Canyon passage", "Pursued", "Duel in the sun", "The sea of grass", "Red River", etc. me temo que menos vistas cuanto más se ha asentado el tópico y por consiguiente menos cinéfilos se molestan en comprobarlo), orilla también y sin contemplaciones a la producción comprendida en unos seis años - desde el hito fordiano de la diligencia - de la principal cinematografía del mundo a pleno rendimiento, quizá en la época en que fue más necesaria para el público.
Por esa tendencia a destacar por encima de todo a lo trascendente y lo excepcional, solo parecen contar en ese lustro largo realmente "The Ox-Bow incident" de William A. Wellman y algunas llamativas incursiones de no precisamente especialistas en el género, como Henry King ("Jesse James"), William Wyler ("The westerner")... o John Ford, que no había vuelto al género desde que rodara "3 bad men" en 1926 y quizá, en parte, esa es la explicación del predicamento alcanzado por el film del muy laureado cineasta.
En tierra de nadie quedan películas, magníficas o notables, como "Buffalo Bill", también de Wellman (un eterno outsider hasta si se ocupaba de los mitos), "Union Pacific" de Cecil B. DeMille, "Virginia City" sobre todo del inmigrante Michael Curtiz o las de otro ilustre visitante como Fritz Lang, más las mejores de los americanos "medianos", que suelen apreciarse más cuanto más se les conoce, como "Tall in the saddle" de Edwin L. Marin, "Dakota" de Joseph Kane, "Badlands of Dakota" de Alfred E. Green, "Brigham Young" de Henry Hathaway, "San Antonio" de David Butler, "Belle Starr" de Irving Cummings, "Wyoming outlaw" de George Sherman, "Apache trail" de Richard Thorpe y todas las que queden aún por desenterrar de una cosecha bastante mejor de lo que la Historia ha sentenciado.Al filo mismo de la entrada de Estados Unidos en el conflicto, se estrenaron en concreto y con apenas tres meses de diferencia, dos de los westerns más divertidos y dinámicos y
seguramente dos de los cinco mejores filmados hasta ese momento, los entusiasmantes e imprevisibles "They died with their boots on" de Raoul Walsh y "Texas" de George Marshall.La gran fama (y merecería aún mucha más) de ese inmortal Walsh, contrasta con la muy pobre estela dejada por "Texas" y en general por el cine de este cineasta escurridizo y con mil caras que fue Marshall, del que nadie se ha ocupado a conciencia, abonado vitalicio al vagón de los artesanos impersonales, bon vivants al socaire de los grandes estudios.Para ser justos, sí que es cierto que Marshall vivió una larga trayectoria sin mayores preocupaciones, nunca atribulado por tener que comprometer a cada paso unas convicciones, una ética de su oficio. Se dedicó a divertirse y a divertir a los espectadores, en una gama de films que mirados por encima no anuncian grandes rupturas."Texas" desde luego no parece la punta de lanza de un magisterio insólito trágicamente acallado y sus cualidades parecen naturales de tan habituales antaño: el placer por narrar, una verborrea endiablada, constantes giros y sorpresas argumentales, un sentido del humor con un timing insólito... sin que osase plantearse que con ello estaba derribando cuartas paredes, incumpliendo algún mandamiento del montaje, ejecutando incorrectos saltos de eje o maltratando el sagrado guión con improvisaciones. Marshall, como Leo McCarey - al que a veces se aproxima considerablemente y no me refiero a "Fancy pants", su remake de "Ruggles of Red Gap" porque con la galería de muecas de Bob Hope era imposible - negaría sin dudarlo que cualquiera de las razones detrás de sus decisiones ambicionaban comunicar algo "superior" a la lógica. Pero claridad no equivale a simplicidad. Reto a cualquiera a que trate de reconstruir el relato de "Texas" aún si justo ha terminado de verla o yendo a la unidad más pequeña del film, a detallar cómo están construidos los personajes - ¿alguien se anima con el dentista-entertainer-conspirador que interpreta Edgar Buchanan? - y no por estar mal expuestos o porque el film oculte información, todos ellos se ven venir desde el primer plano en que aparecen, pero es tan exuberante el despliegue de sus rasgos que cualquier cosa que hagan o digan parecerá durante un instante un disparate - no debe extrañar que acabara Marshall teniendo a Jerry Lewis como actor y hasta codirector no acreditado - hasta que aparezca el eslabón siguiente y pueda asimilarse el dato.
El ambiente lo permitía. Marshall fabula, pero porque podía hacerlo, ya que el caos no se bosqueja; al contrario, debe ser captado con la mayor fidelidad. Hay que entender que el film se sitúa en un momento de cambios, con una guerra terminada y otra recién comenzada, la de la supervivencia en un territorio virgen inmenso, donde las reglas se establecían conforme alguien las imponía, al faltar súbitamente las dictadas en el campo de batalla. Cuando Marshall ruede la divertidísima "The mating game" y estemos en el plácido año de 1959 en que América entera esperaba el retorno de Elvis, Paul Douglas y su familia chiflada serán un reducto rodeado de orden y se impondrá la caricatura, pero esta salvaje Texas no tenía más que miles de kilómetros cuadrados de praderas y algunos poblachos repletos de fanfarrones, buscavidas y aprovechados, con una buena soga colgada de un árbol como amenaza y la oportunidad de darse la gran vida a poco la consiguieran esquivar. Y si algo no es "Texas" en modo alguno es un cuento moralizante, porque los dos mayores pícaros del film son los protagonistas, incorporados por unos jóvenes Glenn Ford y William Holden, que por esos misterios de la trasposición de interpretaciones entre películas, acabarán de dirimir bastantes de las diferencias que aquí solo se apuntan al final de la década en "The man from Colorado" de Henry Levin, solo que allí lo harán en otro tono más consciente y consecuente. Curiosamente y aunque el triángulo sentimental será el esquema recurrente en su cine del oeste - y no hay más que echar un vistazo a "The sheepman" de 1958 - Marshall tendrá siempre tendencia a dejar numerosos ángulos abiertos en sus comedias.
Ese poso lo tendrán en cambio obras maduras de Marshall como "The savage" o "Pillars of the sky" ejemplos de tolerancia e indignación por la injusticia, que será el sabor de los grandes westerns que llegaban, los que versaban sobre el espíritu de la conquista, se decantarán por el laconismo, lamentarán los paraísos perdidos y, al final, cerrarán el círculo con los atardeceres de las leyendas, pero que no tendrán nunca más la desinhibición y el vértigo de antaño.