En el debate sobre el derecho al aborto, se repiten argumentos con carácter de científicos o de verdades eternas. Quienes apoyamos el derecho al aborto, somos tildados de asesinos por quienes están en contra, los que a su vez, se autodefinen como organizaciones o personas “pro-vida”. Esta forma de establecer la discusión ya es tendenciosa, pero además, es falsa. ¿Cuáles son los argumentos falaces que presentan la Iglesia, los fundamentalistas y la derecha? Veamos...
¿Hay vida desde la concepción?
Así lo afirman la diputada evangélica Cynthia Hotton, como también curas y especialistas en bioética egresados de la Universidad Católica que están en contra de la legalización del aborto. Dicen “vida” a secas, pero los árboles también son “vida”, las arañas, los hongos, los óvulos y las lechugas son “vida”. Dicho así, la palabra “vida” intimida para cualquier debate que quiera plantearse sobre el aborto... porque entonces se escandalizan con que estamos hablando de “matar una vida”. Entonces, de lo que se trata, específicamente es de vida humana. Para sostener esta afirmación de que hay vida (humana) desde la concepción, dicen que no se basan en sus creencias religiosas, sino en fehacientes teorías científicas. Pero no es así; no existe ningún consenso en la ciencia sobre el origen de la vida humana.
¿Por qué? Porque depende desde qué enfoque definamos la vida humana, para determinar entonces cuándo se origina. Si definimos a la vida humana privilegiando un enfoque genético, entonces ésta se origina en la misma fecundación del óvulo por el espermatozoide. Entonces, habría vida en los primeros días posteriores al coito. Si, en cambio, consideramos que sólo hay vida humana cuando hay capacidad de sentir y pensar, podríamos decir que la misma se origina recién cuando el desarrollo cerebral adquiere estas funciones. Entonces, la vida surgiría ¡recién en la semana 27 del embarazo! No es irracional pensarlo así. ¿O acaso no consideramos que la persona muere cuando cesa su actividad cerebral? También puede decirse que hay vida humana siempre y cuando ésta pueda reproducirse separada del útero y esto no sucede hasta la semana 25 del embarazo, cuando el feto –con ayuda de la tecnología médica- puede sobrevivir separado del cuerpo de la madre. Esto demuestra que, hasta la actualidad, la discusión sobre la vida humana se basa en creencias e ideologías. Por lo tanto, ¿qué razón habría para que la creencia de algunos se imponga sobre todos? Esto nos lleva a otro debate...
¿Penalización o legalización?
Una parte de la población está en contra del aborto y hay otra parte que considera que debiera existir un derecho al aborto, que la interrupción voluntaria del embarazo no debería estar penada por la ley. Actualmente, como el aborto está penalizado, esa parte de la población que considera que debiera estar despenalizado no puede ejercer el derecho a decidir sobre su propio cuerpo, tal como lo aprueba su conciencia.
¿Qué pasaría si fuera al revés? Si estuviera legalizado, las mujeres que consideran lícita la interrupción voluntaria del embarazo, no tendrían que recurrir a la clandestinidad ni correr riesgos de salud o de su propia vida. Y aquellas personas que están en contra del aborto, podrían sentirse igualmente respetadas en sus creencias, porque nadie las obligaría a abortar.
Nadie tiene el derecho de imponerle a los demás sus puntos de vista, sus creencias o ideologías. Y en el caso del aborto, como vimos más arriba, se trata de eso. Todavía no hay ningún consenso científico acerca de este punto.
¿El embrión es persona?
“Persona” es un concepto jurídico, que refiere a todo miembro de la especie humana susceptible de adquirir derechos y contraer obligaciones.
Antiguamente, no todos los seres humanos eran considerados personas; por ejemplo, los esclavos en la Antigua Grecia eran considerados “herramientas parlantes”. Actualmente, en Argentina, se reconoce la existencia desde el momento de la concepción, pero se denomina al embrión y al feto como “personas por nacer”, es decir, tienen una categoría especial, tan particular es que hay un artículo del Código Civil que señala que si ese ser “por nacer”, muere antes de estar separado completamente del cuerpo de la madre, debe considerarse como si nunca hubiese existido.
Para ser más precisos: si nace un bebé y vive apenas unos días u horas, recibirá su partida de nacimiento y de defunción, será enterrado e incluso recibirá los sacramentos del bautismo y la extremaunción en el caso de ser católico. Pero si una mujer, por cualquier motivo ajeno a su voluntad, pierde un embarazo –lo que se denomina, aborto espontáneo-, ese embrión no recibirá un nombre, ni será anotado en el registro civil, ni será considerado un cordero del rebaño por la Iglesia.
De hecho, las personas tienen derecho a una nacionalidad y eso no sucede con los embriones. ¡Si así fuera, las mujeres embarazadas que viajaran al exterior necesitarían llevar un pasaporte por su embrión! Este absurdo demuestra que todos los derechos y obligaciones jurídicas que tiene una persona, sólo se consideran a partir del nacimiento y no antes. Según la teoría de los defensores de “la vida desde el momento de la concepción” (los que consideran que la unión de los genes del óvulo y el espermatozoide constituyen ya en sí una persona), deberíamos concluir que los laboratorios donde se almacenan óvulos fecundados in vitro ¡están cometiendo el delito de privación ilegal de la libertad en una escala masiva!
Por otra parte, en ninguna legislación se considera doble homicidio al caso de que una mujer embarazada fuera asesinada. Y en los países donde el aborto está penalizado, tampoco se considera la misma pena de prisión para aquel que cometiera un homicidio que para quien cometiera un aborto. Es evidente que las leyes no consideran que un embrión, un feto y una persona nacida tienen el mismo estatus jurídico, ya sea en cuanto a sus derechos como sus obligaciones.
Y por último, ¿la Iglesia siempre sostuvo lo mismo?
La jerarquía católica asegura que la Iglesia siempre defendió la vida desde la concepción. Pero no es verdad: sólo desde 1869, la Iglesia se opone al aborto estrictamente.
En sus 2000 años de historia, ha habido numerosos debates para definir en qué momento un embrión en desarrollo se convierte en un ser humano. San Agustín, por ejemplo, planteaba que el aborto temprano no era un homicidio. La mayoría de los teólogos opinaban que el aborto no es homicidio en el principio del embarazo porque entendían que el feto se transforma en humano en algún momento posterior a la concepción: 40 días para el varón, 90 días para la mujer, decía Tomás de Aquino, declarado santo por la Iglesia Católica.
Pero en 1864 el teólogo Jean Gury introduce la idea de que matar a un ser humano en potencia es como matar a un ser humano real, lo que sentó las bases para que, en 1869, el Papa Pío IX afirmara que cualquier aborto es homicidio. El desarrollo industrial necesitaba de la fuerza de trabajo de hombres, mujeres y niños; pero el aborto era un método popular, usado desde la antigüedad por las mujeres, para reducir la tasa de natalidad en las familias trabajadoras y campesinas. La Iglesia, entonces, acompañó como siempre a las clases dominantes en la imposición de nuevas creencias, ideologías y costumbres que fueran afines a su propósito de aumentar la reproducción de los explotados.
Recién en 1917 esta idea de que existe vida humana inmediatamente después de la concepción recibió el apoyo del nuevo Código de Ley Canónica. Llamativamente, esta disposición se establece al mismo tiempo que la Revolución Rusa otorgaba el derecho al aborto libre y gratuito a todas las mujeres de la ex - Unión Soviética, por primera vez en el mundo.
Este debate vuelve a ocupar el centro de la escena con el papa Karol Wojtyla, conocido como Juan Pablo II. Bajo su mandato –que abarcó el período del neoliberalismo, la caída de la ex Unión Soviética y los gobiernos derechistas de Ronald Reagan en EE.UU. y Margareth Tatcher en Gran Bretaña- se popularizó la idea de que hay vida desde la concepción y que un embrión es una persona. Este papa inició una cruzada contra el derecho al aborto, invitando a todos los gobiernos del mundo a fijar la conmemoración del Día del Niño por Nacer. En ese entonces, el presidente Menem estableció este día en Argentina que aún hoy, bajo el gobierno de Cristina Kirchner, se conmemora cada 25 de marzo.