En la era del coronavirus, quizás no sea lo más prudente. Pero Mey lo hizo sin titubear. Nunca había visto a esa chica y nunca la volverá a ver, probablemente. Bastaron dos minutos de conversación, un sentimiento de sorpresa, otro de gratitud, ¡y zas!, se obraba el milagro. Fuera barreras. Fuera miedos. Sin mascarillas ni alcohol desinfectante. Un abrazo "a pelo" en los tiempos que corren. Un horror. Toda una temeridad.El miedo cotiza al alza en los telediarios, en las tertulias y en las conversaciones familiares. Si se te escapa una tos en el autobús, o mencionas la palabra "Italia" o "China" relacionada con alguna experiencia personal, te verás sin duda señalado como sospechoso, o directamente como culpable de atentar contra la continuidad de nuestra especie. Ya no te digo, si se te ocurre acoger en tu propia casa, y bajo tu propio techo, a cuatro estudiantes cuyo colegio en Italia ha sido cerrado durante la crisis del coronavirus. Poco importa que uno de ellos sea tu hijo. Poco importa que peligrara el bachillerato de los otros tres, si regresan a sus hogares. Poco importa si salieron de Italia antes del estallido de la crisis actual, o si ya han pasado en casa las dos semanas de rigor, que dicen los expertos que son precisas para descartar que se tenga el dichoso virus. Ha habido gente que nos ha preguntado preocupada si tienen síntomas. Ha habido incluso una profesora del instituto que, en clase, ha tildado de irresponsable esa acogida a unos refugiados del coronavirus, cuando algún medio de comunicación se ha hecho eco de la noticia. Es increíble la irresponsabilidad que demuestran algunos desde sus púlpitos. Y estamos convencidos de que más de uno evitará cruzarse con nosotros mientras sigan nuestros huéspedes en casa. Pues nada, simplemente un recordatorio: la cosa parece que va para largo. Así que absténgase los asustadizos de mezclarse con nosotros en las próximas semanas, porque amenazamos con seguir acogiendo a los cuatro "corona-bros" (como ellos mismos se autodefinen), mientras no se normalicen las cosas en Italia. Ésta no es una crisis sobre un virus que se te mete en el cuerpo. Es una crisis sobre el miedo que se te mete en el cuerpo. Y cuando eso sucede, las personas nos volvemos más manipulables. Simples rebaños que vagan desconcertados a golpe de titular de prensa. La situación idílica para los intereses más espurios, sea en batallas comerciales entre países, sea para vender más periódicos o espacios televisivos, sea para evitar la expansión de un imparable despertar consciencial, sea para probar el sometimiento en la libertad de millones de personas, o sea para vender más mascarillas (igual que pasó con el famoso tamiflu, que todos parecemos haber olvidado). Y es que hasta el más inofensivo catarro o la más inocua gastroenteritis, se vuelven amenazantes cuando se televisa el "minuto a minuto" de cada caso, de cada zona, de cada bulo, o de cada teoría al respecto.El miedo no sólo vende, sino que es el mayor arma que puede existir contra la libertad. Políticos, banqueros y magnates de todo pelaje lo usan en sus operaciones y decisiones diarias. No hay nada que dé mejores resultados que su uso manipulativo. Que se lo digan a los millones de chinos o italianos, presos por decreto y de forma consentida en sus regiones. Sin duda habrá ya quienes hacen del miedo su profesión y su forma de vida. No sabemos si hay una mano negra detrás de esta crisis del coronavirus. Pero desde luego, sí que hay muchos que se están frotando las manos con su gestión y consecuencias, todo un experimento sociológico de carácter planetario.Mey y yo volvíamos de mi revisión post-operatoria este pasado miércoles, y el resultado no podía ser mejor. El agujero macular había quedado totalmente sellado, había recuperado visión, se me reducía la medicación a una sola gota, puedo ya volver a hacer deporte, y hasta dentro de un año no tengo que volver a revisión. Estábamos exultantes. Y el cirujano aún más. Los resultados del escáner ocular eran tan abrumadores que casi resultaba milagrosa una recuperación así en tan poco tiempo. La operación había salido muy bien. Los diez días boca abajo, que seguí rigurosamente, fueron también claves. Pero estoy convencido que fueron determinantes las decenas y decenas de personas que nos abrazaron y sostuvieron desde la distancia durante esas semanas de preocupación. Con una energía así, no sólo se diluye cualquier miedo o duda, sino que resulta imposible que las cosas no salgan como tienen que salir.Después de celebrarlo por Barcelona, llegamos al aeropuerto para coger el vuelo de regreso a casa. Nos sobraban dos viajes en nuestro bono de autobús. No volveríamos a Barcelona hasta pasados doce meses, y para entonces los viajes ya habrían caducado. Así que decidimos que era mejor regalárselos a alguien que los pudiera disfrutar. A mí me cuesta más romper el hielo en esas ocasiones. Pero Mey es una auténtica experta. Se deja guiar por una intuición portentosa. Y justo a la entrada había una joven rubia esperando el autobús con los cascos puestos. Al principio, levantó la mirada con desconfianza cuando Mey traspasó su zona de seguridad. Luego puso cara de incredulidad cuando le ofreció los dos viajes, esperando quizás que le pidiéramos algo a cambio. Lo siguiente fue buscar la conexión que permitiera a dos desconocidas dejar de serlo: nosotros le compartimos nuestra buena noticia del día y que éramos de Málaga, y ella que estaba visitando a unos amigos y que era de Granada. Y de inmediato, y como resumen de lo que realmente somos los seres humanos, una amplia sonrisa y un abrazo sincero, sin cálculos ni precauciones sanitarias. Sólo por el placer de lo que más nos caracteriza: el relacionarnos, el darnos a los demás, el encontrar la conexión con el otro. ¡Mira que el regalo era insignificante! ¡Dos viajes de autobús! Pero la cara de aquella chica se iluminó como si nunca hubiera recibido un presente más valioso. Quizás porque nos estamos alejando demasiado de nuestra esencia como personas, y cuando recobramos esa esencia, aunque sea tan fugazmente, sentimos que en esos instantes hay algo auténtico por lo que, sin duda habría que luchar.Adjuntamos al bono de autobús una de las tarjetas "Sonríe" de nuestro amigo Joserra, para que entendiera mejor de qué van estas locuras. Pero sin duda, no habría hecho falta. El dar a un desconocido sin esperar nada a cambio cortocircuita nuestros esquemas hasta tal nivel, que se producen instantes mágicos como ese abrazo espontáneo y libre. Sin miedos. Sin preocupaciones. Sólo porque momentos así nos alejan de esos seres temerosos en que quieren convertirnos y nos acercan a nuestra verdadera naturaleza.No se trata de hacer apología de la temeridad. Pero tampoco está mal recordar que somos seres humanos. Que probablemente el coronavirus pasará como sucedió con el SARS, la gripe aviar o la porcina. Que las cifras de mortalidad son ridículas frente a cualquier gripe de las que pasamos cada invierno. Y que no hay epidemia peor que el miedo. Y en el contagio del miedo, la expansión depende sólo y exclusivamente de nosotros. Podemos decidir dar la espalda al miedo con un simple abrazo, con una acogida o con una sonrisa, o convertirnos quizás en unos bichos raros que ven a sus congéneres como verdaderas amenazas. Depende de nosotros.
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