Escribo estas líneas pensando en mis amigos y familiares, pero están abiertas para todo aquel que tenga unos minutos para leerlas. Escribo con sentimientos encontrados, pues la victoria del comandante Humala me ha llenado de alegría y, sin embargo, me ha arrojado ante una situación inmensamente dolorosa, conocida, pero cuya verdad actualizada lastima siempre mi sensibilidad: esa vocación tan nuestra por denigrar al otro, sobre cuando menos tiene. “Brutos (que es intercambiable por serranos o cholos) de mierda” parece ser la consigna de muchos para explicar la derrota en las urnas del fujimorismo. Mi alegría por la victoria, repito, se opaca por momentos cuando me doy cuenta de que esa consigna nos invade y termina por ensombrecer la elección. Se ha hecho moneda corriente en las redes sociales, discurso aceptado entre la broma cómplice y esa insensibilidad malsana que nos carcome tanto. Cuando percibo, además, que esas son palabras que algunos amigos, y quizá familiares, no han dicho por pretendida decencia, pero que tienen en la punta de la lengua esperando que alguien gatille aquello que en el fondo sienten y que no dicen para evitar la incorrección social hipócrita, que permite marginar, pero que ve con malos ojos verbalizar la marginación; cuando percibo eso, la tristeza se agrava, se convierte en rabia, a veces en lágrima.
Abran los ojos, amigos: el Perú no es Lima, gracias a Dios; el Perú no es solo la percepción privilegiada que tenemos algunos del progreso y del avance del país. Si así fuera, Alan García hubiese tenido razón y Ollanta Humala jamás hubiese sido, siquiera, contrincante relevante en estos comicios. El Perú no avanza para todos, basta con mirar el mapa de la distribución del voto, basta sencilla y abrumadoramente con eso: en ningún lugar el fujimorismo ha ganado con holgura y, en cambio, hay numerosas regiones y departamentos en los que la victoria nacionalista ha sido aplastante. El discurso del modelo es pura ideología, ya es tiempo de darse cuenta. El modelo solo no es nada. Ahora les pregunto, lectores, amigos, ¿alguno de verdad cree que esta elección se puede reducir a una explicación mediocre? Abramos los ojos, por favor. No se trata de resentidos sociales, no se trata de incapaces que quieren que todo se les dé en la mano, no se trata de personas cuya especificidad étnica limita su racionalidad. Dejemos de decir cosas como esas, lastiman, generan heridas que cuesta demasiado curar.
Abran los ojos, amigos queridos, esos que conozco hace 20 años y que a veces siento que me resultan totalmente ajenos. Abramos los ojos para ver, amigo lector, que el Perú se ha pronunciado con contundencia no sólo contra la exclusión social, el racismo y la indiferencia; el pueblo peruano ha sido aún más tenaz y valeroso: fue capaz de decirle al fujimorismo que aún cuando haya asistencia al más pobre y paliativos para el sufrimiento de tantos, nosotros no estamos dispuestos a seguir soportando que nos roben si hacen obras, que haya seguridad a costa de que se vulneren derechos, que haya crecimiento aunque haya corrupción. El pueblo peruano mayoritariamente ha hablado, hay que escucharlo. Jorge Bruce dijo con razón que después de esta elección el Perú ya ganó, ha ganado por digno, porque se le plantó a aquellos que con buzos y bolsas de arroz pretendían comprar el voto y corroer la conciencia.
Un amigo decía hace unos días que de dignidad y principios el pueblo no come. Cuánto se equivoca. Ese razonamiento permisivo y perverso, más bien, es el que le quita al pobre el pan; se lo quita de las manos con su indiferencia y con ese falso raciocinio que pretende maquillar de pragmatismo la absoluta indolencia frente a la situación de quien más sufre. Les confieso que me causa inmenso dolor saber que algunos amigos piensan de esa manera. Guardo la esperanza, no obstante, de que no se dan cuenta de cómo sus explicaciones y argumentos resultan tan terriblemente perversos, cómplices, ciegos. Si lo saben y no les importa, me niego a creer eso, quizá sea tiempo de empezar a cuestionar la amistad desde la base.
Felizmente, la mayoría ha hablado con esa sabiduría, perdónenme si polarizo, que no han tenido las clases privilegiadas de este país (no hablo de todos, sin duda, siempre hay honrosos disidentes). No la han tenido, porque como bien recordó esta mañana Mario Vargas Llosa, parece que fueran inherentemente egoístas y desconectadas del resto de la patria. Clases privilegiadas que a veces pretenden disimular su desinterés por los que menos tienen diciendo que ellos dan trabajo y que sin su dinero y sus empresas habría más pobreza y atraso. Sin duda, es verdad; pero no es su preocupación por el otro lo que motiva a estas personas, el que menos tiene es quien menos les importa: les preocupa, simplemente, no poder ser más ricos de lo que ya son. Pero no tengan miedo señores, que un gobierno de izquierda no está hecho para quitarles cosas; un gobierno de izquierda solo pretende incluir a los desposeídos, a los socialmente insignificantes. ¿Qué tanto mal hay en pagar más impuestos si se gana más? ¿Cuál es la herejía de pedir mediana estabilidad laboral? ¿Cuál el pecado de ofrecer salud y jubilación digna a quien se le mueren los hijos de frío y los padres de hambre? Lo que sucede, seamos honestos, es que la solidaridad no es su vocación, qué digo, la solidaridad es ya demasiado, ni siquiera los mueve la justicia. Por eso, precisamente, por esa conformidad complaciente con el sacrosanto modelo, que es el otro nombre de un sistema que sin ajustes solo amplía brechas y saca de la pobreza muy lento y a muy pocos; por eso, digo, es que el Perú se ha pronunciado con claridad, sobre todo el Perú profundo, el más excluido, el más olvidado.
Ayer estuve en la Plaza Dos de Mayo, en una verdadera fiesta popular por el triunfo de la democracia. Ayer pude ser testigo de que somos mejores peruanos, amigos, porque hemos superado la tentación de la complacencia y hemos intervenido en nuestra historia para transformarla. Pero no todos hemos superado aún la complacencia, ni ese miedo voraz que es capaz de consumir a tantos. Felizmente, aún hay tiempo para concertar, para perdonarnos, para entendernos. El gobierno del nacionalismo puede ser el contexto propicio para tal labor. Se trata, por eso mismo, de un gobierno que lleva a cuestas una gran responsabilidad y nos esforzaremos por recordárselo a cada momento. No hay cheques en blanco, ni con el nacionalismo ni con nadie; pero hay esperanza, una esperanza grande porque el Perú se puso el alma y se vistió de colores festivos para darle la espalda a la dádiva facilista que nada cambia y abrirle los brazos a las posibilidades de un horizonte de gran expectativa.
Reservo mis líneas finales para aquellos espíritus valientes, poseedores de esa obstinación romántica que es la única capaz de mover montañas y de darnos esperanza cuando muchos pensábamos que la causa de la dignidad y la memoria estaba perdida. Son líneas para aquellos que hicieron un genuino esfuerzo por recordarle a la patria los horrores del fujimorismo, para hacernos patente que se puede vencer el miedo a fuerza de arrojo y compromiso. Son líneas para ti, querida Eliana Carlín, porque tu amistad me honra y tu fuerza me inspira; son líneas para aquellos sin nombre que a tu lado o en sendas distintas han hecho bastante más de lo que estas insignificantes líneas podrían haber hecho nunca. Gracias a ustedes, conocidos y desconocidos, por regresarle dignidad y coraje al Perú. Gracias por hacer patria, gracias porque se pusieron el alma y con ese traje adecentaron al Perú, nos devolvieron la esperanza.
*Imagen tomada de http://trujilloradio.com/