Ayacucho, Perú. Semana Santa del 2000. En lo que fuera territorio de Sendero Luminoso, organización supuestamente desaparecida, al fiscal Félix Chacaltana le toca en suerte investigar un asesinato que parece tener relación con los senderistas. Chacaltana es un hombre más bien anodino, apegado al mandato de la ley y a sus formulismos y al parecer, con poca experiencia en el mundo real.
Y el mundo que se encuentra en Ayacucho no se parece a aquel del que proviene. La historia, que comienza casi de un modo ingenuo y hasta casi caricaturesco, como si estuviésemos ante Pantaleón y las Visitadoras, se va enrareciendo progresivamente a medida que se suceden los asesinatos y la violencia, que corre paralela al descubrimiento que hace Chaltacana de la espiral de brutalidad que supuso la guerra entre el ejército y Sendero. El relato se va haciendo más y más negro cada vez, y esa brutalidad creciente lo engulle todo, también la inocencia del propio Fiscal.
Abril Rojo no es una novela negra al uso, y si lo fuera lo sería más porque es muy negro lo que cuenta que por respetar los cánones del género. Lo terrible que sucede siempre con este tipo de historias, es que su trasfondo histórico es terriblemente cierto, y que en los quince años que siguieron a los ochenta, fueron asesinadas en Perú 70.000 personas, más de la mitad por quienes decían combatir a las fuerzas insurgentes.
Quizá sea un poco excesiva, pero es una buena novela.