(Advertencia previa, a modo de excusa: Estos días estoy celebrando una muy buena noticia en cuanto a mi salud. Estoy muy contento y muy feliz. El texto que sigue, bastante machacón y aplanador, no va por esta circunstancia mía actual, sino que es una reflexión general sobre mi vida, mi tipo de vida, y creo que puede ser más o menos compartido en algún punto por alguno de vosotros. Ya digo ahí mismo que me va bien. ¿Entonces por qué la pena? ¿Por qué el desánimo, el hastío, el aplatanamiento anímico? No sé. No me termino de entender a mí mismo. No os pido, por lo tanto, que me entendáis; ni siquiera que lo intentéis. Seguro que la próxima entrada es más amable y divertida. Una mala tarde la tiene cualquiera. Disculpad).
Dedico esta llorera a todos mis amigos y mis seres queridos. Me acuerdo especialmente de Francis, por lo que luego diré, y de Emilio. También de muchos otros que no nombraré para no hacer esto interminable. Su hombría de bien es mi guía y mi consuelo en muchos momentos bajos.
(El título inicial de esta entrada era tan solo "Abril". El subtítulo de "Torrija's Blues" ha sido una aportación de Fernando Ramos -@bgmps- en twitter. Me ha gustado y se lo he robado. Gracias, Fernando).
Abril es el mes más cruel, criando
lilas de la tierra muerta, mezclando
memoria y deseo, removiendo
turbias raíces con lluvia de primavera.
T. S. Eliot. La tierra baldía
Ya está aquí abril, el mes más cruel, con sus cielos grises y su tristeza.
A finales de este mes cumpliré cincuenta y siete años. Cincuenta y siete. Aún no soy un anciano, pero desde luego ya no soy joven, y veo que mi vida está hecha. Una vida, como todas, decepcionante y frustrada porque ha sido (como todas) la cristalización de una sola de las variantes entre las infinitas posibles, y seguramente la de una de las más triviales, anodinas y, desde luego, previsibles. Una vida que, lamentablemente, ha alcanzado muchos de los objetivos propuestos; es más: casi todos. Una vida plena. Puta vida.
Recuerdo mis anhelos juveniles, mis ilusiones, mi energía y mis ideales. Recuerdo qué cosas deseaba por entonces y ahora veo con pasmo e incluso con horror cómo he conseguido muchas de ellas.
Uno alcanza a cumplir sus sueños juveniles, o al menos una parte de ellos, cuando ya no es joven y cuando ya no le hacen tanta gracia ni tanta ilusión.
Me queda una incómoda sensación de que los objetivos se consiguen y los deseos se cumplen cuando ya no vienen a cuento, cuando ya se nos ha pasado el arroz, cuando ya no toca, cuando ya hasta estorban. Dios da pan a quien no tiene dientes: Cuando los tienes sanos y fuertes tienes mucha hambre y nada de pan, y a medida que se te van cayendo y se te va quitando el apetito vas consiguiendo chuscos, mendrugos e incluso alguna que otra jugosa hogaza. Y te incomodan. Y los dejas ahí, olvidados, sin hambre, sin ganas y sin fuerzas.
Con veinticinco años me titulé arquitecto y empecé a trabajar, a proyectar casas, a construirlas. Con veintinueve fui profesor asociado de proyectos en la ETSAM, con treinta y uno fui doctor.
Me casé con la mujer que amo; tengo dos hijos sanos, fuertes, guapos y con sentido del humor; he proyectado y construido cientos de edificios -sí, jóvenes lectores, cientos. Ahora parece algo imposible, pero "en mis tiempos" no era raro que un arquitecto se dedicara a proyectar y dirigir edificios-; he cometido muchos errores, pero también he tenido algunos aciertos. Lo normal.
Y, sin embargo, a menudo veo (supongo que como todo el mundo cuando llega a cierta edad) como si toda mi vida hubiera sido una especie de estafa. (Todos nos pasamos la vida soñando con Zihuatanejo mientras comemos brócoli de un tupperware porque nos han dicho que eso es muy sano y así tendremos "calidad de vida").
He sido un buen chico; he hecho lo que se esperaba de mí: He estudiado, he trabajado, me he casado, he sido buena persona, etcétera, y -maldición- he recibido mi premio.
Y veo que nada de esto merece la pena, que nada me llena, que nada me satisface. O, mejor dicho, me satisface, sí, pero ya he terminado, ya está.
Antes cada sacudida, cada éxito, incluso cada desastre eran estimulantes, efervescentes. Ahora, a la mínima contrariedad me vienen a la mente los versos de Pa todo el año:
Porque sé que de este golpe
ya no voy a levantarme
Es como un final, como un languidecer último, como una despedida. O, mejor dicho, puesto que yo no me despido de nada ni de nadie, es como una resignación a la grisura y a la apatía.
Sí. Abril. Debe de ser la presión atmosférica.
Mi madre siempre me decía: "las mañanitas de abril son muy dulces de dormir" cuando yo de niño remoloneaba en la cama. Debe de ser algo de eso: Abril me aplasta.
Aún hay muchas cosas en la vida que me hacen ilusión, pero asisto a ellas desde fuera, como público o, a lo sumo, como artista invitado. Veo cómo se divierten los demás, cómo disfrutan, y siento que son algo que yo nunca seré, que logran algo que yo nunca lograré. Y los envidio sin motivo.
Ah, la envidia sin motivo, la envidia injusta. Ah, ocaso miserable.
Sé que todo esto que estoy escribiendo es injusto e incluso inmoral. Sé que desde mi confortable atalaya no tengo derecho a envidiar a nadie ni a esperar nada más.
Me vienen a la mente dos escenas: Una de La Colmena, en la que la dueña del café se queja ante los hambrientos poetas de tener el estómago revuelto por haber cenado demasiado, y les pondera las virtudes del ayuno, e incluso les envidia por ayunar. La otra es del balcón de enfrente de mi cuarto de soltero: Esclavo del staedler y del paralex vi por la ventana cómo una paloma se adueñaba del cuenco de frutos secos que los dueños de la casa ponían a diario generosamente en su balcón para alimentar a las aves urbanas. La paloma comió hasta no poder más, y se quedó reposando, ahíta. Dos gorriones se acercaron entonces a intentar comer algo y la paloma los atacó, los acosó y los expulsó, tras lo cual siguió reposando al lado del cuenco, sin comer ya nada más porque no podía, pero sin permitir que nadie más se acercara.
Pues eso: que yo, dueña del café aquejada de indigestión, no tengo ningún derecho a envidiar a los poetas famélicos. Y yo también, paloma harta de chuches, no puedo ni debo expulsar a los jóvenes y luego envidiarlos o sentir nostalgia. (1)
Supongo que el mayor multimillonario del mundo en un momento dado puede envidiar las chapas de la mochila de un estudiante, o la bicicleta de un chamarilero. Esas cosas pasan. Lo que se envidia con ello es la juventud, la fuerza, el optimismo, la alegría...
En cuanto a cumplir las expectativas de la vida, conozco la biografía de grandes artistas que hicieron obras maestras y llegaron a la cumbre de su arte, y tampoco se sentían realizados ni eran felices. Siempre se quiere más, o se quiere otra cosa; siempre el ansia, la decepción, la frustración.
Debe de ser abril. La primavera la sangre altera, y uno no se siente nunca tan desorientado como en esta época. ¿Qué he hecho de mi vida? ¿Tengo tiempo de cambiar algo? y, sobre todo, ¿tengo las ganas y la determinación suficientes como para cambiar algo o hacer algo nuevo? ¿Tengo la alegría y el optimismo como para emprender algo ahora, a mi edad?
Mi amigo Francis tiene como lema: "Nunca es demasiado tarde para tener una infancia feliz". Yo hoy me siento al revés: "Nunca es demasiado pronto para sentirse acabado".
Por ejemplo, mantengo este blog con pasión (a estas alturas ya sabéis de sobra que esto no es un blog de arquitectura, sino la purga de mi corazón), pero a menudo siento que no digo nada útil; que vosotros, lectores, lo veis con cierto cariño, pero no obtenéis de él nada fecundo, nada que de verdad merezca la pena u os sirva para algo. Y, a la hora de la verdad, esto no es más que un divertimento que nadie se puede tomar en serio. Uno lee lo que escribe la gente que de verdad sabe, gente que publica en revistas indexadas y hace ponencias en congresos, y se queda con la cara de bobo por pretender decir aquí cuatro chorradas y esperar que interesen. ¿Quién te has creído que eres, so gilí? (2)
(Vale: Os agradezco mucho vuestra fidelidad al blog, y sé que me diréis que os gusta, que os distrae, que os divierte, pero entendedme; hoy lo veo vano e inútil. O, si lo preferís, lo veo bien e incluso muy apañado, ¿pero y qué?, ¿para qué? ¿Qué objetivo tengo con todo esto? ¿Por qué lo hago? ¿Para qué sirve?).
Y así todo: Por ejemplo, me haría muchísima ilusión volver a dar clase. ¿Pero seguro que podría mantener la tensión y la fuerza durante mucho tiempo? ¿Seguro que no me aburriría de los alumnos, o, sobre todo, ellos de mí? Daría también mucho por hacer un gran edificio, una buenísima obra de arquitectura. ¿Pero (aparte de no tener talento) de verdad estaría dispuesto a soportar la tensión de la obra, los problemas continuos, el esfuerzo agotador? ¿Seguro que no decaería en algún momento hacia lo fácil y lo trivial por cansancio, por aburrimiento? Lo he hecho a menudo.
¿Merece la pena todo? ¿Merece la pena algo?
Desde esta antepenúltima vuelta del camino me miro con calma y creo, de corazón, que lo único que merece la pena son las risas.
El honor, el éxito, el triunfo... todo eso son tonterías. Ganas de que te consideren, de que te aprecien, de que te tengan en cuenta. Ansias de no languidecer en un rincón oscuro. Uno se pasa la vida ansiando esas idioteces y cuando las consigue (si es que alguna vez las consigue) se da cuenta de que nada de eso le llena ni le sirve para nada.
Lo único que sirve es la risa. Y es su fragilidad, su brevedad, la que nos confirma que ese es el buen camino. Persigamos la risa y olvidemos todo lo demás.
En medio de esta bajona me sigo riendo. Es mi tabla de salvación. Hacedlo vosotros también. A cada momento. Es lo único que cuenta.
Ah, bueno, y ahora también las torrijas.
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(1).- Creo que esto lo he expresado muy mal. Me refiero a que, por ejemplo, me llama la atención (y envidio) que los jóvenes sepan inglés, que dominen los recursos informáticos y que se vayan por ahí a trabajar, o que se lancen a diseñar muebles, a dar clases de origami o a montar empresas de mensajería. Pero no me doy cuenta de que mi estúpida y rancia generación, ayuna de idiomas y de muchas otras habilidades, hija del NO.DO., de las Orbea y los Meyba, de la Formación del Espíritu Nacional y de los Chiripitifláuticos, ya se comió todo el cuenco de chuches, y armada con la EH-82 hormigonó España.
(2).- Sí que noto en todo esto cierta pose, cierta actitud de "voy a lloriquear un poco para que me consuelen". No lo hago a propósito, os lo aseguro, pero me lo noto. De verdad que no quisiera. No es mi intención, pero me sale así y creo que se nota bastante ese tufillo morboso e hipócrita. No quiero patalear para que me arropéis, me abracéis y me digáis que soy muy bueno y muy tal y muy cual. No. Es, sencillamente, cómo me siento ahora, cómo veo que todo esto es una tontuna sin sentido.
Cómo los proyectos que he hecho, este blog que escribo, las cosas que digo... Todo es de un nivel muy pedestre, de una complacencia vacua y facilona que no sostiene nada importante.
Se me pasará, porque hay que seguir viviendo y, pese a todo, ilusionándose. (Y además tengo muchas ganas de vivir y de sentirme sano y fuerte; y estoy en ello). Siento haberme puesto ñoño. Lo siento mucho, pero a diferencia del rey emérito, no estoy en condiciones de decir: "No volverá a ocurrir". Seguro que volverá a ocurrir. Muchas gracias por vuestra paciencia.