Dos acontecimientos de la historia reciente hacen de abril un mes de contundentes victorias de los pueblos de la Patria Grande, y que valen la pena recordar en momentos en que Estados Unidos y las oligarquías de este hemisferio embisten una vez más a las naciones desde el sur del Río Bravo hasta la Patagonia con el propósito de frustrar su verdadera independencia e integración.
El 19 de abril de 1961 mercenarios financiados, entrenados y armados por Washington fueron rendidos en menos de 72 horas tras pretender invadir militarmente a Cuba con el objetivo de derrocar a la entonces joven Revolución de la mayor de las Antillas, encabezada por su líder histórico, Fidel Castro.
Fue allí, en la sureña y occidental playa de Girón, ubicada en la Bahía de Cochinos, donde el pueblo de la nación caribeña propinó la primera gran derrota al imperialismo en Nuestra América, un hecho que sacudió a la región y al mundo porque demostró que cuando se lucha con unidad y firmeza no hay enemigo poderoso.
Ese humillante revés para “el gigante de las siete leguas”, como llamó a Estados Unidos el prócer independentista y Héroe Nacional cubano, José Martí, intensificó aun más la llama de rebeldía que el decano archipiélago antillano encendió en este hemisferio con el triunfo e inicio de su proceso revolucionario el 1 de enero de 1959.
Más de 40 años después, en 2002, otro suceso en Venezuela evidenció que abril es un mes de decisivas conquistas para los latinoamericanos y caribeños en su prolongado batallar contra quienes insisten en dominarlos.
Luego de ejecutarse un golpe de Estado contra Hugo Chávez, orquestado por Washington y la derecha internacional, los venezolanos y sus leales Fuerzas Armadas Bolivarianas devolvieron dos días después a su Comandante Supremo a la presidencia del país.
Se convirtió entonces el 13 de abril en otra gran victoria de la Patria Grande contra las manidas pretensiones de las administraciones de turno de la Casa Blanca de destronar del poder por la fuerza a dirigentes progresistas elegidos democráticamente y respaldados por la mayoría de sus compatriotas.
No por gusto Venezuela y Cuba siguen siendo dos espinas clavadas en la garganta de Washington, a las que se suman hoy gobiernos revolucionarios, como los de Bolivia, Nicaragua y El Salvador, y líderes populares que abogan por la soberanía y la unidad de Nuestra América.
Incalculables han sido y son las agresiones, campañas mediáticas, sanciones, bloqueos, intervenciones militares y aislamiento internacional que han vivido y sufren actualmente las naciones que en esta región han decidido no arrodillarse ante los designios de la mayor potencia del mundo.
La rica y a la vez solidaria Venezuela sigue siendo una de ellas, y es en estos momentos el principal blanco de Washington para conseguir materializar el llamado efecto dominó que termine con los procesos progresistas que resisten en América Latina y el Caribe.
Con ese objetivo, la administración del ahora inquilino de la Casa Blanca, Donald Trump, en contubernio con la Organización de Estados Americanos (OEA) y la derecha regional, han excluido a Venezuela de la VIII Cumbre de las Américas, a celebrarse en los próximos días en Lima, Perú.
Tal componenda es otra escalada contra la Revolución Bolivariana, utilizando la vía diplomática como método para aislarla, y allanar así el camino hacia una eventual intervención castrense de Estados Unidos en la patria de Chávez.
Pero Venezuela no está sola, y en la cercana cita de Lima será defendida por los gobiernos dignos, y por representantes de toda Nuestra América que se reunirán allí casi al unísono en una Cumbre de los Pueblos solidaria con las causas justas y las de los más desposeídos.
Vale reiterar, como inicié este trabajo, que abril es un mes de contundentes triunfos de la Patria Grande, y por supuesto de dos sonadas derrotas de las cuales “el gigante de las siete leguas” nunca podrá recuperarse.
Como ocurrió en Cuba, en 1961, y en Venezuela, en 2002, ni siquiera la suerte acompañará a los enemigos de la independencia y la integración de la Patria Grande porque la capital peruana está llamada a inscribirse en la historia en escenario pacífico de otro importante revés del imperio del Norte en su frustrado empeño por reconquistar Nuestra América.