Revista Cultura y Ocio

Abrir ventanas, cerrar ventanas

Publicado el 29 julio 2013 por Evagp1972

Abrir ventanas, cerrar ventanas

Copyright Carmen Juan Romero @heladodecereza


Llevo unos días investigando si soy buena en bricolaje. En mi casa de niña, adolescente y semiadulta estas cosas se dejaban por norma no escrita en manos del familiar masculino más cercano, así que no tengo antecedentes. En estas circunstancias, se impone tantear el terreno y empezar con lo más básico, así que decidí empezar sustituyendo la cortina del baño. Saqué del plástico protector la cortina nueva, blanca, con unas líneas muy finas dibujadas en diagonal, como un dibujo a pluma de estilo japonés. Fui colocando las argollas de plástico blanco en el agujerito de la parte superior de la cortina y cuando estuvieron todas en su sitio subí la escalera metálica (al hacerlo recordé la de madera de mi padre, un auténtico peligro), y fui  encajando las argollas una a una en la barra - clac, clac -. Me pareció tan sencillo y divertido como un juego de niños. Hasta daban ganas de decir aquello de mira, mami, lo he hecho yo sola.
La pregunta cayó entonces por su propio peso: si es tan sencillo, ¿por qué no lo habías hecho antes? Y la respuesta lógica: porque te dijeron que a ti no te tocaba hacerlo, y a ti te encantó acomodarte a esa norma. Es más cómodo delegar y sentirse una princesa que arremangarse y coger un martillo.
Ayer me atreví con algo más complicado: semicerrar una ventana. No es tan fácil como parece. Ha de quedar lo suficientemente abierta como para que corra el aire y lo bastante cerrada como para que no entren moscas. Los goznes han de tener la estabilidad necesaria para que el viento no logre abrir la ventana del todo (entraría el ruido de la calle, los bichos, el calor o el frío excesivos) y que tampoco pueda cerrarse  del todo (el cristal se agrietaría y formaría el conocido efecto telaraña). 
Mari Carmen, una vecina que sabe de estas cosas y que me vio peleándome con los largueros, me preguntó si había comprobado antes la tapa de la basura. Extrañada, le pregunté por qué. Me dijo que si la tapa de la basura no cerraba bien, la ventana no se dejaría semicerrar como es debido. Comprobé que, en efecto, la tapa no cerraba bien; de ahí las moscas y la resistencia de los largueros, que son muy suyos. Elemental. Todo es un pez que se muerde la cola. Una vez arreglada la tapa, volví a la tarea y los largueros parecían otros, suaves y dóciles al tacto. Le agradecí el consejo. Es agradable tener a alguien a quien poder consultarle aquellas cosas de bricolaje que le habría preguntado a mi padre, si aún viviera. Para celebrarlo, hemos quedado para tomar el té hoy por la tarde, en su casa. Mari Carmen prepara un té verde buenísimo que sirve en tacitas pequeñas de estilo japonés, con crisantemos pintados de amarillo, rojo y violeta. Su taza preferida es la del crisantemo rojo. Dice que tiene el color de las heridas sin importancia.
Hoy contemplo orgullosa mi ventana semicerrada. Ahora ya puedo concentrarme en otras cosas útiles y hermosas que también pueden hacer mis manos, como acariciar suavemente unas piernas perfectas antes de la siesta, o escribirles notas de amor en un cuaderno junto a la piscina, radiante de sol. 

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