Esta vez el motivo de tantos días de ausencia es sumamente doloroso. El 24 de febrero falleció mi padre, uno de los seis pilares que sostienen mi vida. Durante varios días me encerré voluntariamente en un mutismo absoluto intentando aceptar su ausencia. Aún no lo consigo. Pero sé y entiendo que la vida continúa y que la muerte es para todos. Bien me lo decía mi viejo: «El único requisito para morir es estar vivo».
Con su partida deja en mí y en mi familia un vacío que no se llenará jamás. Es difícil seguir adelante sin derrumbarme a llorar cada segundo, pero he seguido el ejemplo de mi madre quien se ha mantenido fuerte y entera para darnos consuelo.
Mi madre, mis hermanos y mi esposo han sido el principal motivo para levantarme y continuar. Pero sin duda el motor que nos mueve a todos es mi hija, Montserrat. Ella ha notado la partida de su abuelo y se ha angustiado al vernos llorar. Tampoco se resigna y continúa llamándolo cada tarde para que juegue con ella. «Abu Toto, veeeen», grita la peque al pie de la escalera por la que veía bajar a su abuelo con su peculiar sonrisa. El abu no aparece y ella no entiende por qué.
«Abu Toto está en el cielo» le hemos repetido infinitamente para que comprenda que no podrá verlo más. Ella nos escucha muy seria y mira al cielo. Cada noche, antes de dormir, me pide el móvil en el que llevo las fotos de mi padre para darle un beso de buenas noches. No se cansa de pedirme que le enseñe un vídeo en el que nieta y abuelo aparecen juntos, caminando de la mano en el jardín.
¿Cómo hablarle de la muerte a una niña de 23 meses? ¿Cómo explicarle qué significan para siempre y jamás? ¿Cómo evitar llorar cuando la abrazo y pienso que ninguna de las dos podrá estrechar nunca a ese ser maravilloso que fue mi padre? ¿Cómo aceptar que él no podrá contarle a mi hija las maravillosas anécdotas que vivió cuando fue contramaestre de un barco y recorrió los mares del mundo? ¿Cómo superar la ausencia de un hombre que vivió por y para su familia? ¿Alguien podría decirme cómo?
Es doloroso y difícil. Ella se ha hecho a la idea de que mi padre no volverá. Mira por la ventana y se despide: «Adiós abu Toto», pero el aprendiz de padre y yo sabemos que no entiende el verdadero significado de sus palabras.
Al menos me queda el consuelo que de que, segundos antes de partir, mi padre le dio un beso y un abrazo a Montse. Don Antonio murió en compañía de las dos mujeres mas importantes de su vida: su esposa y su nieta. Hasta siempre papá.