Me dejo esto un poco abandonado unas semanas (ay señoras y señores, las obligaciones del mundo real mandan que no veas…) y a la vuelta me encuentro la cosa patas para arriba: que si Spiderman (el máximo, alias el último para los que todavía estudiamos francés en aquello de la EGB) se muere, que si el Universo DC se reinicia desde cero… Y veo a gente revuelta y emocionada, foros donde se discute… y pienso que me coge ya mayor este tema. O resabiado, porque al final, todo son diferentes perros con el mismo collar, el de un complejo sistema editorial que no sabe cómo subsistir y que está viviendo una lenta y agónica autodestrucción. El modelo de “universo superheroico” del comic-book americano, que incluye la continuidad y todas las mandangas alrededor de los poderosos personajes, está en crisis. En una crisis profunda y que ya no tiene salida. Y no da pena, la verdad, porque se lo han buscado ellos: han matado y resucitado tantas veces a la gallina de los huevos de oro que ahora ni el equipo de House sería capaz de inventarse un bendito lupus que tratar al enfermo. Ritmo cardiaco cero, encefalograma plano, hora de la muerte, la que ustedes quieran.
Se lo cargaron ya cuando decidieron que la continuidad era sagrada y que se podía conseguir el movimiento perpetuo manteniendo ese precepto y que los lectores se mantendrían indefinidamente fieles a los personajes mientras que los más jóvenes se iniciarían en la secta con alborozo y felicidad. Resultó que no, que los lectores se mantenían fieles sí, incluso hasta que la presbicia ya no les permitía leer tebeos con la facilidad de antaño, pero los jóvenes resultaron ser díscolos e infieles, poco interesados ponerse al día en una continuidad que no se resumiría ni en una versión extendida de la Espasa-Calpe. Conclusión, vamos a empezar de cero para engancharlos. Pero claro, empezaban de cero, los enganchaban y, con el tiempo, volvían a cometer todos y cada uno de los errores: los lectores crecían y los nuevos, insistentes en su desobediencia, se iban a los videojuegos y el manga.
Se lo cargaron, también, cuando pensaron que ser un producto de entretenimiento y consumo rápido era equivalente a tomarle el pelo al lector y a producirlos con el mismo mimo y cariño que el que produce industrialmente chopped para gatos. Basura etiquetada que mientras no sea tóxica, pues vale. Pensaron que la época dorada de los 80 se vivió gracias a su inefable gestión comercial y se olvidaron de que aquello fue posible gracias a autores, a comic-books que demostraron que el cómic de autor no conoce de formas o límites y que puede nacer, rebelde y obstinado, en las condiciones más deplorables y terribles.
Se lo cargaron cuando decidieron que los ingresos del cine eran tan suculentos que mejor dedicar todos sus esfuerzos a las adaptaciones cinematográficas, pensando en los personajes sólo como lucrativas franquicias que había que mantener vivas a toda costa, aunque fueran vegetales conectados a máquinas de respiración artificial. Se pusieron la venda ante los ojos cuando el género de superhéroes se trasvasó definitivamente al cine, se la quitaron para ver los ceros de los beneficios y se la volvieron a poner cuando vieron que el cine no empujaba las ventas de tebeos.
Y ahora nos venden un reinicio del universo DC tan absurdo, tan vacuo y tan falto de posibilidades que ni merece la penar hablar de él. Es una vuelta a lo de siempre, llámese Crisis en tierras infinitas, llámese Secret Wars, Civil War, 52, o la madre que los parió. Es lo de siempre con el único objeto de enganchar sangre joven para que luego vaya al cine. Porque lo único que les interesa es que pasen por caja, consuman muchas palomitas y paguen la entrada de la reluciente adaptación en molesto 3D. Y lo mismo con el joven arácnido definitivo, que resulta no ser tan definitivo y vuelve a caer en la misma rueda de errores para, dentro de unos años, volver a morir, volver a renacer y volver a comenzar desde cero.
El propio género ha entrado en crisis, por culpa de unos ejecutivos miopes que son incapaces de ver más allá de sus narices que tratan a los personajes como franquicias que hay que exprimir a las que no les dejan ni un puñetero barbecho. No son capaces de ver la vitalidad del mercado nipón, con personajes de ciclo vital definido, que nacen, crecen y mueren sin que so debilite lo más mínimo a la industria, al contrario, la refuerzan. No son capaces de dar libertad a los autores, el alma verdadera de los personajes, los que de verdad crean las historias, los que logran que su imaginación epate al lector y los atraiga a la lectura.
Puede, ya digo, que me pille mayor. O que me haya hecho muy gafapasta, también. Pero servidor, ante estas noticias, se aburre profundamente y encuentra más razones, si cabe, para volver a los maravillosos Showcases de DC, a esa época de imaginación desatada que firmaban Otto Binder o John Broome. O a esos disparatados y demodés 70 con Neal Adams y Denny O’Neil, a Kirby, Ditko y Byrne…