Revista Cultura y Ocio
"Se marchitaban los últimos días de verano sobre París y pronto la Ciudad de la Luz olvidaría el sol estival para dar paso a las lluvias. Desde la ventana de mi hotel podía observar como el parque Butter Chaumont recibía aquella mañana a los primeros visitantes, que en esta época aprovechaban los últimos resquicios de calor paseando bajo las arboledas.El otoño ya se atrevía a dar tímidas pinceladas al follaje y, al igual que yo, los estorninos también intuían la llegada del frío y formaban bandadas que revoloteaban al unísono, como oscuras nubes invernales que lanzaban nerviosos chillidos al vacío."
Hasta que no nos habló Tatty de esta novela, confieso que no me había fijado demasiado. Premio Desnivel de literatura de viajes y montaña... no tenía del todo claro si era una suerte de guía o un libro en el que alguien relataba sus aventuras. Sin embargo, al leer su opinión, vi que aportaba como mínimo un par de cosas que la hacían interesante. Por eso, hoy traigo a mi estantería virtual, Acariciando el cielo.
Conocemos a un hombre de mediana edad en un momento de esos que dicen importantes en la vida. Sin saber su nombre, nos relata como pasó de creer que lo tenía todo, a quedarse sin nada en apenas un suspiro. La caída de la banca lo despoja de una vida cómoda y lo termina llevando hasta la casa de su padre. Allí se encuentra con un hombre llano, de pueblo, que dista mucho de recibirlo con los brazos abiertos. La muerte de Ernesto, el hermano de nuestro protagonista, abrió una brecha entre padre e hijo que parece insalvable. Sin embargo, cuando descubre una caja con las pertenencias de su hermano, parece abrirse un misterio y padre e hijo se unirán para intentar resolverlo viajando a la tierra en la que se produjo esta muerte, en pleno Himalaya.
Una trama que incluye una dosis de intriga bastante importante, un estilo sencillo y una ambientación novedosa, al menos para mi, junto con un hecho reciente conocido por todos como es el desplome financiero, son los elementos centrales de esta novela corta que funciona. Parte precisamente de este desplome, lo que nos ayuda a situarnos y conocer a ese narrador sin nombre que nos cuenta su propia historia y que se convertirá casi en una voz de conciencia, alguien a quien llegamos a conocer íntimamente. A partir de ahí, y a lo largo de poco más de cien páginas, emprenderemos un viaje buscando respuestas sobre una muerte... y otro en el que el protagonista parece buscarse a si mismo. Cada paso que da, cada aventura, cada esfuerzo, suponen un acercamiento a su familia y también parece que se quita demonios de esos que a uno no le dejan dormir. Como si se redescubriera a si mismo, convirtiendo de este modo a la novela, en un viaje mucho más complicado que esa escalada al Everest.
Mediante descripciones aparentemente sencillas, conocemos tierras remotas y una montaña que es mucho más que un reto, ya que los misterios que ocultan la muerte de Ernesto harán que viajemos nosotros también hasta la montaña. El autor cuida mucho en este punto la narración, salpicándola de detalles que nos dan una idea de cómo son los lugares y los procesos durante esta difícil empresa, pero sin que tengamos la sensación de estar ante un manual, ya que los integra perfectamente en la acción de la novela. Este punto me parece muy importante, ya que es difícil alcanzar un equilibrio en el que el lector no se sienta desplazado por no conocer la práctica, o abrumado por la cantidad de explicaciones que nos dan. De hecho me ha gustado leer como los escaladores pasan de un campamento a otro y sobre los efectos de la bajada de los niveles de oxígeno en el aire.
Una novela corta en la que avanzamos movidos por la intriga, deseando descubrir lo que se oculta tras la muerte de Ernesto. Una muerte que parece tener aún mucho que revelarnos, la necesidad de saber y también la lucha contra quienes no quieren que se sepa. Una historia entretenida con un planteamiento fresco que he disfrutado en apenas un par de tardes.
Y vosotros, ¿con qué libro comenzáis la semana?
Gracias