Revista Opinión
Que los libros tienen enemigos, no lo niega nadie. Ya William Blades*, impresor y bibliófilo británico, elaboró un compendio curioso y divertido, a mediados del siglo XIX, de las amenazas que se ciernen sobre ese objeto cultural, especialmente desde que gracias al papel y la imprenta se hizo común más allá de los monasterios y los palacios. Aparte de los peligros naturales, como el agua, el fuego, el polvo o los insectos y los hongos, el concienzudo bibliomaniático inglés enumera otras amenazas tan dañinas, aunque menos tangibles, que las anteriores, como la ignorancia y el fanatismo.
Y es que lo más devastador para el libro es el que, ignaro de su valor metafísico, lo utiliza como combustible para la chimenea o de papel higiénico, así como quien lo destruye o censura para impedir que nadie acceda a su lectura y aprehenda conocimiento. Los primeros, no es que queden pocos, sino que han evolucionado hacia la erudita ignorancia con la que lo exhibe en el mueble-bar como artículo de decoración. Los segundos, superados por los tiempos, se limitan a relacionarlos con la rentabilidad comercial o el interés de moda, abortando toda iniciativa que no reúna tales requisitos.
Todas esas acechanzas al libro se comportan, no obstante, como vulgares acarus eruditus, esas polillas que se alimentan con la destrucción del papel impreso, ajenas al daño que ocasionan a la transmisión del conocimiento y al refinamiento del espíritu en el ser humano. En la actualidad, además, por si eran pocas, habría que sumar nuevas agresiones que vienen de la mano de la tecnología y la comodidad. Y no me refiero al libro electrónico, que es libro al fin y al cabo, sino a la desidia que nos induce a reducir nuestra comunicación a 14 caracteres y a conformarnos con titulares y clikeos en vez de profundizar en el texto de cualquier información, alejándonos del hábito de leer.
Entre la biblioclastia y demás bibliopatías, nos estamos convirtiendo en temibles acarus eruditus que acabaremos haciendo desaparecer el libro como vehículo cultural imprescindible para la transmisión del saber.
*William Blades, Los enemigos de los libros, editorial Fórcola, Madrid, 2016.