Cuando se despertó tenía el 90 mensajes en el teléfono. Ni los miró. Se fue directo a la ducha, se afeitó y se vistió. A duras penas logró abrir la cafetera, a veces se atascaba. Hizo café y metió una rebanada de pan en la tostadora. Mientras esperaba cogió el teléfono y se puso a leer el Marca. Saltó la tostada, untó mantequilla y mermelada que había hecho el día anterior con las fresas que se iban a poner malas. Dejó el teléfono y se sirvió un café. Como siempre tiró la mitad en la encimera y rápidamente lo limpió.Salió al jardín, se subió a su bici y puso rumbo a su nuevo trabajo. Había un sol espléndido. De repente, un perro se cruzó en su camino y le hizo caer al suelo. No le dio tiempo a levantarse antes de que pasara el coche. El coche frenó, pero ya era tarde. Pasó por encima de su pierna y de su bici.El camino hasta el hospital se hizo eterno, sobre todo por el miedo. La pierna tenía muy mala pinta, y aunque le hicieron una cura rápidamente en la ambulancia, iba muy asustado. No se dio cuenta de que su teléfono se quedó tirado junto a la bici en el suelo. Así que no pudo llamar a nadie, no se sabía ningún teléfono porque solo llevaba en Miami 15 días.Pasaron 4 horas y le cosieron 25 puntos. Llegó a casa y se sentó como pudo en el sofá. Puso la tele. Tenía hambre, pero prefirió aguantarse las ganas de comer a levantarse de nuevo. Se quedó dormido. Pasó toda la noche en le sofá. Cuando despertó eran las 10 del mañana. No había teléfono que mirar, ni mensajes que ignorar. Se moría de dolor y no tenía los calmantes que le recetaron. Tenía que pedir ayuda.
Salí de casa a comprar leche, cuando de repente oí desde la terraza de una primera planta:- ¡Perdona! ¡Oye!Me hice la sueca. A mi no me conoce casi nadie aquí. Así que hice como que no iba conmigo, hasta que volví a oír:- ¡Tú! ¡La de verde! ¿Podrías ayudarme, por favor?La de la camiseta verde era yo -¿se me habrá caído algo? pensé- y reconozco que su acento español me intrigó, así que me giré y miré para arriba. Ahí estaba Javier, apoyado en la barandilla de su terraza, con una pierna vendada y con más cara de miedo que de vergüenza.-¿Me llamas a mi?- pregunté.-Si, perdona pero necesito ayuda- me contestóY así fue como conocí a Javier, porque esa mañana salí a comprar leche y porque no hay nada como escuchar acento español para fiarte hasta del más cara dura. Y en vez de leche fui a comprar calmantes.