
Salí de casa a comprar leche, cuando de repente oí desde la terraza de una primera planta:- ¡Perdona! ¡Oye!Me hice la sueca. A mi no me conoce casi nadie aquí. Así que hice como que no iba conmigo, hasta que volví a oír:- ¡Tú! ¡La de verde! ¿Podrías ayudarme, por favor?La de la camiseta verde era yo -¿se me habrá caído algo? pensé- y reconozco que su acento español me intrigó, así que me giré y miré para arriba. Ahí estaba Javier, apoyado en la barandilla de su terraza, con una pierna vendada y con más cara de miedo que de vergüenza.-¿Me llamas a mi?- pregunté.-Si, perdona pero necesito ayuda- me contestóY así fue como conocí a Javier, porque esa mañana salí a comprar leche y porque no hay nada como escuchar acento español para fiarte hasta del más cara dura. Y en vez de leche fui a comprar calmantes.