Lectura: Romanos 2:1-16 ”Porque no hay acepción de personas para con Dios”
Hace ya mucho tiempo, vivía cerca del lugar donde residía en ese momento una joven que era seropositiva, es decir, tenía en su sangre, determinado por análisis de laboratorio, el virus del SIDA (Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida).
Conocía a la joven, quien me saludaba y respondía mi saludo cuando colectivamente lo hacia aun grupo al que ella pertenecía. Se reunían diariamente al frente de una casa, a ingerir bebida alcohólica. Un día en que regresaba de una casa, de camino me encontré frente a frente a ella. La saludé y me correspondió, pero una vez me me propuse a extenderle la mano, la rechazó con mirada, yo diría que comprensiva. En Dios no hay distinción de personas, y de inmediato vino a mi mente que en los tiempos de Cristo, los leprosos debían permanecer fuera de la cuidad y tenían, se dice, una campanita que sonaba cuando caminaban, lo que permitía que cualquier transeúnte pudiera enterarse de su presencia y evitar su cercanía.
Un día, 10 leprosos se presentaron antes Jesús, pidiéndole al Señor ser sanado. Efectivamente, Jesús los sano y solo uno, dice La Biblia, retorno para dar las gracias al Señor. Esta realidad bíblica, nos infiere que el mundo entero no agradece a Dios, y sólo un 10% da al Creador loor y gloria, agradeciéndole. Muchos en el mundo se encuentran aislados de cierto modo, por problemas de salud, conflictos con la ley u otra dificultad, que les impide interactuar con sus familiares y amigos, pero Dios no nos pone obstáculos, nos recibe a través de Cristo.