En algunas ocasiones a lo largo de mi vida, me he sorprendido de como personas mezquinas y miserables cuentan con la aprobación y la simpatía de los que rodean. Siempre me he preguntado como es posible que personas tan malas ( ya sabeis que yo soy muy reacia a llamar malo a nadie, así que cuando lo digo es porque considero que tengo razones de peso para hacerlo) pasen por adorables corderitos a ojos de los demás.
Tratando de explicar esto, durante estos años he ido llegando a diferentes conclusiones:
- Que la mayor parte de la gente solo ve la fachada, se queda en lo superficial y, por lo tanto, basta con tener un poco de carisma y poder de manipulación para ser aceptado aún siendo el mismísimo Satanás.
Este primer argumentó empezó a cojear cuando observé que personas de las que tengo constancia de que son más profundas y observadoras también habían caído en la trampa.
- Que se trata de personas con una capacidad tremenda para la mentira y engañan deliberadamente a todo el que quiera escucharles, dando una versión de los hechos totalmente distinta de la real.
Este argumento también se me hace difícil de creer, puesto que creo que es realmente difícil vivir en una absoluta mentira y que, en un momento u otro, la persona podría cometer un error de discurso que pusiera de manifiesto su verdadero yo.
Y la tercera opción:
- Que no se trata solo de carisma ni de engaño, sino que la persona en cuestión se cree su propia mentira, lo que hace que resulte totalmente convincente a la hora de relacionarse puesto que no está mintiendo a los demás, sino que vive en una realidad distorsionada (a su favor, por supuesto) en la que todo encaja y todos sus actos se pueden justificar. De esta manera, lo complicado del proceso no es engañar a los demás y mantener la mentira, sino el haber sido capaz de engañarse previamente a si mismo, convenciéndose de esta manera de que sus actos son los correctos y que tienen la mejor de las intenciones.
Esto me hace pensar hasta que punto esta situación se da solo en casos puntuales o es un mal que nos aqueja a todos...me hace plantearme hasta que punto tenemos la capacidad para vernos como lo que realmente somos o si, por el contrario, nos ponemos un disfraz que nos haga parecer mejores.
Por eso, desde que nació David, me he propuesto conocerme y aceptarme como soy. Y esta decisión implica quitarme el disfraz bajo el que me he camuflado toda la vida.
Poco a poco voy quitando capas, empiezo a ser franca conmigo misma y a admitir mi realidad, que es muy diferente a la realidad que con tanto esfuerzo había creado a lo largo de tantos años. Afronto cuales fueron mis motivaciones para realizar determinados actos que a ojos de todos me califican de buena persona...y encuentro que en muchas ocasiones, la motivación no fue ayudar al otro, sino encontrar reconocimiento y aceptación.
Es un proceso largo, difícil y doloroso, pero a la vez muy gratificante, puesto que me conecta conmigo misma, con mi esencia, me permite comprenderme, aceptarme, perdonarme y mejorar. Intento conocerme para mostrarme tal y como soy, con el fin de que me acepten o me rechacen a mi, no a la imagen de mi misma que me conviene vender.
Afortunadamente, no me considero una mala persona...he hecho cosas acertadas o equivocadas, pero nunca he dañado deliberadamente a nadie y, de una manera o de otra, siempre he intentado ayudar a los que me rodean cuando me ha sido posible (aunque lo que hace posible o imposible prestar ayuda también es muy relativo). Esto hace que me resulte algo más fácil ponerme cara a cara frente al espejo, sin adornos ni disfraces.
Todo esto me está ayudando a ser un poco más autocrítica, aceptar mis errores, tratar de enmendarlos en la medida de lo posible y poder mostrarme ante mi hijo tal y como soy. Porque al fin y al cabo es mi verdad y, por lo tanto, lo único sincero y real que le puedo ofrecer.