Tal y como me comprometí en el anterior post, voy a aclarar cómo pienso que debe ser la cooperación para que se convierta en una herramienta de transformación social.
En la actualidad, los enfoques dominantes en las grandes agencias de cooperación europeas y estadounidenses son deudores del cambio de mentalidad provocado durante los últimos años de la década de los sesenta del siglo pasado y, más recientemente, de los grandes consensos que se han alcanzado en el seno de las Naciones Unidas en cuanto a la ayuda al desarrollo.
Hasta mediados de la década de los sesenta, la cooperación al desarrollo se basaba en el principio de que la situación de subdesarrollo en la que vivía la mayor parte de la humanidad podía ser superada siguiendo determinados itinerarios políticos y económicos.
A pesar de encontrarse en el contexto de la Guerra Fría, con el enfrentamiento a escala planetaria entre dos concepciones antagonistas del mundo que instrumentalizaban la ayuda en función de sus intereses, ésta es una época de gran actividad política y productividad teórica (Teoría de la Dependencia, Teoría de la Desconexión, Movimiento de los No Alineados, etc.) acerca de las posibilidades reales de crecimiento y mejora de los países del denominado Tercer Mundo (en oposición a los dos grandes bloques imperialistas).
¿Cuándo se produce el cambio de orientación que llega hasta nuestros días? En este proceso existen dos momentos claves que determinan la orientación que la cooperación internacional tiene actualmente.
El primero de ellos es el “Informe Pearson” de 1968, y el segundo es la declaración de los “Objetivos del Milenio” del año 2000.
Sin entrar en detalles de cada uno de ellos, ambos acontecimientos marcan la pauta por la que se abandona la incidencia sobre las causas, para volcarse sobre las consecuencias más difíciles de digerir por la opinión pública de los países desarrollados.
En lugar de hablar de subdesarrollo (que implica detenerse en la estructura política y económica que caracteriza una situación coyuntural) se habla de pobreza, con todo el carácter peyorativo que este adjetivo posee cuando se aplica a países enteros.
A mi modo de ver, esta orientación se ha agravado con la declaración de los “Objetivos del Milenio”, que ya ni siquiera pretende acabar con la pobreza, ni hablar de las causas de la misma, conformándose con reducirla a la mitad en el año 2015…
Muy personalmente, para eso este blog es mío, considero que la cooperación al desarrollo, ya sea la canalizada a través de acuerdos bilaterales entre gobiernos o la que es gestionada por la sociedad civil, debe enmarcarse e insertarse en procesos políticos de carácter democrático, participativo y que tengan como objetivo la superación de las condiciones de dominación económicas que decenas de países sufren en la actualidad.
Para alcanzar estos objetivos es imprescindible que, desde los distintos actores que participan de alguna manera en la cooperación al desarrollo, se adopten posturas comprometidas con estos procesos, independientemente de los intereses particulares y coyunturales de ciertos donantes y desligando la ayuda de otras cuestiones de más difícil justificación.
Aún siendo imprescindible acciones destinadas a mitigar la pobreza para procurar alivio a las personas que la sufren, el abandono del enfrentamiento de las causas de la misma no aportará ninguna solución válida, provocando, por el contrario, la dependencia de la ayuda de millones de personas, que verán cercenadas sus posibilidades de mejora y crecimiento.
En este punto quiero retomar el título del blog, Ayni, y su significado más profundo, porque las inadmisibles condiciones de vida que sufren millones de personas, mientras ciertas capas de la sociedad acumulan todo el excedente económico, no son fruto de la incapacidad, la incompetencia o la mala suerte.
Parece más que demostrado que la abundancia material en unas zonas de la tierra (20%) implica necesariamente, en una relación directamente proporcional, la miseria en otras (80%), por lo que la conclusión evidente es que la causa de la pobreza no es otra que la injusta distribución, ya sea a escala global, local o nacional, de los recursos y la riqueza.
Por ello, Ayni, reciprocidad, da respuesta y orienta la labor que todos y todas debemos asumir responsablemente, ya que a todos/as nos incumbe lo que ocurra en este nuestro, al fin y al cabo, único mundo.