Fernando Catz escribe sobre "Serenos en la noche"
29 de septiembre a las 20:38 ·
Dicen que para saber si estamos leyendo una gran novela, hay que llegar a la página 100. En Serenos en la noche no hace falta. Cuando llegamos a la página 83 la novela se termina. Ahí nos damos cuenta de que es una novela bien corta. Pero juguetona.
La Floresta se transforma en un oscuro escenario de terror tropical, donde tres personajes para pasar en vela la noche tormentosa prestan sus voces para una historia de fantasmas, hasta que terminan demasiado involucrados.
Más que novela, queda la sensación de haber asistido a una obra de teatro. Una sensación escenográfica y corporal. O como dijo hace poco mi amigo Al Bardo Cabro un teatro de obra, de albañiles entre ventanas sin vidrios y polvillo de material.
Incluso, más específicamente, diría que me habría gustado que sea la novela de Bertolt Brecht que nunca leí. Brecht es uno de mis autores preferidos, aunque siempre que lo leo siento que las traducciones son horribles y se perdió gran parte de la gracia del texto, los dobles sentidos, el tono de clase social y sentimental de la voz de cada personaje. Incluso la Novela de Cuatro céntimos de Brecht nunca pude terminarla, porque me pareció un bodriazo, como que no logró adecuarse al género. En cambio, el librito de Ever Roman es como si Brecht hubiera podido hacer novela, por el registro de los personajes y el humor, el logro del distanciamiento y la teatralidad en papel, la carga de densidad en la explotación y el horror.
Serenos en la noche, Ever Román, ed. Cachorro de Luna.