Autor: Kurilonko.
Cuesta...cuesta mantener algo de compostura o serenidad en medio de tanto desmadre por todos lados y a cada rato. La cordura es puesta a prueba con machacona insistencia; su temple testeado de la más diversa manera y asi como incierto es cada resultado, también incierta es su fecha de caducidad. La razón, convertida en lastre merced al rocambolesco articular de los funambulistas de la palabra y el discurso políticamente correcto, arrinconada, vapuleada, escarnecida por lo fatuo del chiste fácil y la comparación ignominiosa, maltrecha, yace en la cuneta del devenir cual perro atropellado.
Chapoteamos con denuendo -algunos, otros con frívola indiferencia- en un lodazal de incertidumbres que lejos está de adquirir la consistencia suficiente que permita al terrícola común y corriente ( a tí, a mí, por ejemplo) asentar los piés en algo de terreno medianamente firme, y poder dar pasos en pos de algo que no sea la mediocridad rampante o poner distancia entre ella y los sueños que alguna vez se tuvo. Visto de esa manera, no es necesario un gran destello de inspiración para concluir que nada halagüeñas son las perspectivas que hay de aquí a la adultez de nuestros nietos, por poner un caso. Y esto es apremiante, ominoso. Inevitable.
Cuando niño, sentí la más grande amenaza a mi mundo -al mundo de todos- encarnada en la Crisis de los Misiles. El tránsito a mi adolescencia y juventud transcurrió en medio de la Guerra Fría: dos visiones totalmente contrapuestas del mundo en que deberíamos apacentar nuestras esperanzas tironeándonos sin disimulo y con mucho entusiasmo, recursos, y un tendal de muertos jalonando los caminos de la Historia. Se suponía que para el mítico año dos mil estaríamos viviendo en soberana paz -al menos esa era la idea que rondaba nuestras ilusiones infantiles- rodeados de los mil y un artilugios que las ciencias habrían puesto a nuestro alcance para hacer aún más felices nuestras vidas. ¡ Que desencanto! Como en alguna parte leí: salir al patio para ver el arcoiris y caer fulminado por un rayo. No hay que ser muy perspicaz para notar lo lejos que estamos de siquiera conseguir un poco de paz interior.
Tiranos, tiranuelos, reyes, emperadores, sátrapas de cuello, corbata y modales versallescos viviendo civilizadamente sus exilios, shás y ayatolás: simples porquerizos devenidos en gobernantes ¡ Hijoputas por convicción y doctrina, qué arcada del destino les ha entronizado! ¡Qué siniestra morisqueta de algún dios con torcido sentido del humor les ha dado corona de preeminencia sobre el resto! ¡ Malditos y recontra malditos, nuevamente tenéis al mundo con el culo agarrado a dos manos y éste no se ha dado cuenta o no quiere hacerlo! Estamos como aquellas ranas que, para ser cocinadas, se las pone en agua fría y de a poco se les aumenta la temperatura para que se queden tranquilas y acaben con guarnición al uso en la mesa del delectador a que alude Silvio.
Cuesta...cuesta una enormidad entender que los crímenes cometidos por gentes de este lado del espectro político sean imperdonables, de lesa humanidad, imprescriptibles pero, esos mismos crímenes y aún más atroces en cuanto al número y la alevosidad sean nada más que el daño colateral en pro de imponer otra dictadura, esta vez del proletariado y por tanto, inevitables en cuanto ladrillos del templo de igualdad, confraternidad y libertad. De más está decir, así, como al pasar, que esa igualdad, confraternidad y libertad jamás han llegado a los lugares que se marcó como merecedores de tan señalada prenda; eso sí, los muertos y cicatrices están por ahí, recatadamente aludidos en alguna estadística.
La corrección política enarbolada y hecha articulo de fé que no admite disenso por los nuevos Torquemada nos tiene jodidos, constreñidos, arrinconados y no hay vuelta atrás, sobra decirlo, así que cada cual agarre la cruz que crea conveniente a sus merecimientos y/o fuerzas and hit the road Jack!, al otro lado de la colina nos vemos.
© La Consulta de Kurilonko 2017.-