En 1544 la aldea de Verkolsk quedó conmocionada por un hecho trágico: el niño Artemio, de 13 años de edad, había sido fulminado por un rayo mientras ayudaba a su padre a arar en el campo. Había nacido en 1532 y tenía 13 años de edad. Era un niño bueno y piadoso, por lo que su muerte fue llorada por todos. Se le sepultó en el mismo sitio donde había sido muerto, y su padre puso una valla en derredor. Curiosamente, el sitio comenzó a ser considerado en mal agüero y evitado por los lugareños, quedando la tumba en lo escondido.
En 1577 un diácono de la iglesia local vio unas luces extrañas que provenían del sepulcro del niño. Entonces se excavó en el lugar y se halló el cadáver incorrupto, sin rastros de la incineración provocada por el rayo. Fue llevado el cuerpo a la iglesia y luego de algunas averiguaciones, se comenzó a darle culto oficial. Así, el lugar "maldito", pasó a ser un sitio "santificado" en poco tiempo. Los peregrinos comenzaron a llegar y los milagros seguían ocurriendo. El caso y las reliquias se hicieron muy famosos, llegando a las grandes ciudades y a la cúpula de la Iglesia Rusa, la cual vio con buenos ojos el culto al santo niño, canonizándole oficialmente en 1640. En 1648 el Zar Alexis Mijailovich construyó un monasterio en Verkolsk para custodiar las reliquias de San Artemio, que se trasladador allí el 20 de octubre del mismo año.
Su culto llegó a Norteamérica en el siglo XX cuando la iglesia ortodoxa rusa fundó el "Anthioquian Village", Pensilvania. El santo niño se le habría aparecido a un iconógrafo para pedirle que le pintara. El P. John Namie le explicó quién era el santo niño y se cumplió el pedido del santo.
A 23 de junio además se celebra a:
Santa Etheldreda,
reina y abadesa.
San Walter de Onhaye,
presbítero y mártir.
San Simeón Estilita,
el Joven.