Revista Cultura y Ocio

Acierto involuntario – @DonCorleoneLaws

Por De Krakens Y Sirenas @krakensysirenas

Soy un hombre impulsivo y, normalmente, para las cosas que de partida me parecen no tener mucha importancia, actúo sin pensar demasiado. Luego, con el tiempo, suelo descubrir que casi todas las cosas terminan teniendo esa importancia que yo les restaba, y claro, a veces me alegro de haber actuado con el corazón y otras no me queda más remedio que arrepentirme profundamente de lo que hice.

Así abrí mi cuenta de Twitter: sin saber lo que era ni dónde me metía, y creyendo que no tendría mayor relevancia. Como no podía ser de otra manera, me equivoqué.

Las redes sociales han venido a cubrir -de alguna extraña forma- esa necesidad de atención social que casi todos tenemos. Antes el contacto se basaba mucho más en el trato presencial y casi siempre con conocidos directos, y ahora las aplicaciones de intercambio de información han posibilitado que nos ofrezcamos abiertamente a un sinfín de personas que viven muy lejos de nosotros y que, además, tampoco tienen por qué compartir exactamente nuestros planteamientos. Eso, según las manos en las que caiga la herramienta, puede ser muy enriquecedor o muy destructivo, y casi a diario tenemos la posibilidad de distinguir perfectamente a quien es agradable de un soplapollas de premio gordo. De todo hay en la viña del Señor.

Hay quien se ofrece más y quien se ofrece menos, quien libera su alma en caracteres y quien prefiere únicamente leer, quien es más de música y menos de fotografía, quien lo confunde con la barra de un pub a las tres de la mañana y quien se dedica a establecer amistades duraderas, quien lo usa de tapadillo para que no lo pillen y quien no tiene nada que esconder, quien plagia todo lo que encuentra y quien provoca sonrisas gratuitamente, quien pretende encontrar ahí la notoriedad que seguramente no consigue en su vida cotidiana y quien tan sólo lo necesita para ocupar sus ratos libres.

En mi caso particular tiendo a quedarme con lo positivo de todo esto. Sólo he tenido una cuenta desde el inicio y actualmente se sigue pareciendo bastante a aquella de diciembre de 2011 con un par de salvedades: ahora comprendo mucho mejor cómo funciona el inframundo tuitero, y también ahora me sigue mucha más gente.

Pero como una cosa es “seguir” y otra cosa es “leer”, procuro que el mayor o menor seguimiento de mis asuntos no influya demasiado ni en los contenidos ni en el trato que ofrezco. Sigo subiendo las cosas que siempre me han gustado. Sigo seleccionando con mimo las fotos que regalo a diario. Sigo tirando de mi humor socarrón e irónico para afrontar el día a día. Sigo contestando a todo aquel que se dirige a mí devolviendo el tipo de tratamiento que me brinde, pero, sobre todo, sigo intentando ser generoso compartiendo todo aquello que llama mi atención cuando entro, independientemente de si yo sigo o no a esa persona. Me complico poco la vida y no creo que sea tan difícil hacerlo.

Puntualmente leo comentarios desafectos relacionados con el número de seguidores de las cuentas (que si unas son de “pocosfollowers” y otras de “tuitstars”, que si no se hace caso a los que comienzan, que si se actúa con despotismo…) y tengo que decir que no los comparto. Siempre he pensado que los números son circunstanciales. Creo que todos hemos empezado de igual manera y lo que gusta termina destacándose sólo. Si no lo hace es porque no gusta demasiado, no por falta de apoyo de los demás. Ni todo gusta, ni tampoco se puede gustar a todo el mundo. Así de sencillo. El resto de retorcimientos mentales que puedan existir detrás de todo esto no me interesan.

No todos somos iguales y no es sencillo controlar una cuenta desbordada de gente. Tampoco sé por qué mis cosas gustan más o menos. Mi cuenta es reflejo de lo que yo soy, con la única salvedad de que no me hace falta enseñar la cara. No me tomo Twitter como un logro personal. Tampoco fardo ni me arrepiento de ser tuitero con nadie. Agradezco muchísimo la confianza que me brindan a diario y la paciencia que me echan. Me consta que estoy silenciado por bastante gente a causa de que retuiteo demasiado, y me reconforta sentirme apreciado o respetado. En esta plataforma me fijo muy poquito en las cifras y mucho en las letras: tanto en las mías como en las ajenas.

Sigo por letras, no por números. Lo he demostrado mil veces. Y lo mismo me sucede para dejar de seguir: lo hago cuando ya no me agrada lo que veo. No se trata de contratos de por vida y las cuentas cambian: en su derecho están de hacerlo y yo de obviarlas. Uso el silenciador cuando algunos se ponen muy cansinos o me descuadran sus formas de actuar, pero procuro darles una segunda oportunidad para recuperarme como lector. Y cuando bloqueo, lo hago sin piedad a quienes son desagradables conmigo o con quienes aprecio, porque hay cosas que no tengo por qué consentir de forma gratuita. Sí, amigos: aunque no lo crean en Twitter también se puede apreciar a personas.

Me gustaría poder seguir más cuentas, pero si lo hiciera me resultaría imposible prestar un mínimo de atención a las que ya intento leer, por eso no me duelen prendas en compartir muchas cosas de gente a la que no podría atender de otra manera. Y soy consciente de equivocarme mucho, de dejarme atrás muchas cabezas pensantes, muchas fotos hermosas, muchos poemas incomprendidos y mucho humor sano, pero tengo que admitir que ni puedo ni debo estirar más la goma porque se acabaría rompiendo. Cuando algo deja de ser un entretenimiento y se convierte en una obligación, pierde su encanto. Así que, permítanme que me siga divirtiendo a mi manera. Intuyo que, si aún me soportan a diario, no me debo estar desviando mucho del único objetivo que me marqué al sumarme a esta red: entretenerme y entretener, sin más.

Admito sin pudor haber experimentado el dolor, la decepción, la desconfianza, el enfado, el desprecio, el desengaño y la traición incluso, como si se tratara de un juego de tropas en las que unos se vuelven contra otros para acabar conquistando algo que no sé bien lo que es. La gente es muy ruin y a veces los comportamientos humanos me dan bastante tristeza. Twitter no es ajeno a eso, pues lo formamos personas.

He topado con algunos obsesos peligrosos y con enfermas que no deberían estar nunca cerca de un teclado. Me he encontrado bastante falta de personalidad, a mucho incoherente, a algunos chulos de piscina y a multitud de ególatras de esos que nunca se equivocan y les dicen a los demás lo que tienen que hacer, pero siempre he procurado ir a rollo. Que cada cual haga lo que estime conveniente: así le irá. He intentado ayudar a todo aquel que se ha dejado ayudar. He denunciado y alabado, he reído, llorado, suspirado e imaginado. He aprendido a soñar más y mejor, y he madurado jugando con las palabras. He obviado el peloteo innecesario y he desarrollado muchísimo la intuición para detectar a gente tóxica o aprovechada. Pero sobre todo y muy por encima de lo negativo, me he divertido muchísimo y pienso seguir haciéndolo.

No cejaré en el empeño de intentar hacer de una red social algo que nos una en vez de distanciarnos, y saludo con estas letras a quienes me acompañaron en algún momento de forma cordial y se marcharon de buenas maneras, pero sobre todo, estoy muy agradecido con aquellos que me admiten en sus retinas cada mañana cuando saludo, cada tarde cuando me aburro o cada noche cuando anhelo lo que no tengo. Gracias por estar. Gracias por hacerme sonreír.

Ha llovido mucho desde 2011, pero me siento muy contento de aquel acierto involuntario que fue instalarme en el teléfono una aplicación de la que me habían hablado, con un pajarillo azul de logotipo y un sinfín de hermosos luceros brillando dentro.

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