Revista Maternidad

Acompañando

Por Latetaymas @LaTetayMas

Desde que he puesto en marcha el último proyecto de La Teta y Más, he tenido que responder varias veces a la pregunta “pero, acompañando, ¿qué?”. Las más de las veces, esta pregunta va acompañada de una sonrisa de medio lado, de esas que dejan traslucir la idea de “menudo morro tiene esta pava que cobra por no hacer nada”. Incluso me consta que, al dar de alta en Hacienda esta nueva actividad, ha habido quien se ha mosqueado porque “esta tía se ha inventado una profesión para ganar pasta”.

Lo cierto es que la profesión no me la he inventado yo, aunque sí reconozco que la he moldeado un poco para mí. Y de todas formas, no sé qué problema hay con inventarse una profesión (por cierto, que en este caso, la palabra “oficio” le va mejor y me gusta más). Y además, no sólo lo considero importante, sino que tengo claro que es necesario, al menos, en los círculos en los que yo me muevo.

La primera vez que me senté frente a una mujer, hace casi 3 años, lo hice para ayudarla con un tema de lactancia, y fue de manera gratuita. Estaba segura que primero debía “hacer oficio”, y luego ya, una vez adquiridos, no sólo los conocimientos, sino también las herramientas, entonces poder empezar a cobrar. Fue como una especie de “contrato de aprendizaje”, en el que yo era la aprendiz de todas las mujeres que venían por mi, entonces todavía, trastienda.

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Recuerdo cómo aquella mujer me contaba todo lo que había pasado desde su parto; parecía contenida y tranquila, aunque sabía que estaba agobiada porque las cosas no estaban transcurriendo como ella había planeado. Entonces le pregunté “¿Y tú, qué quieres? Me quedé sorprendida, con los ojos como platos y sin saber muy bien cómo reaccionar, cuando aquella mujer rompió a llorar. Nadie le había preguntado qué quería ella en todo el proceso. Su cuerpo había dejado de pertenecerle en algún momento del embarazo, y se había dejado llevar. Me sentí tan identificada, que yo también lloré.

Cuando las mujeres decidimos quedarnos embarazadas, parece que es la última decisión que tomamos como adultas; a partir de ahí es como si la sociedad entera decidiera que ya no somos aptas para tomar decisiones, y nos quedamos solas en nuestro camino; nuestra única opción, si no queremos andarlo solas, es dejarnos llevar por esa corriente.

Es curioso, porque hace unos años, no tantos, cuando las mujeres no tenían identidad legal a no ser que fueran viudas, cuando necesitaban la firma del marido para sacar dinero de una cuenta bancaria, entonces, podían gestar solas (debían hacerlo, si no, a ver para qué servían), parían con la asistencia de otras mujeres, sin gritos, mientras sus maridos iban al bar a calmar los nervios, amamantaban y su leche era buena y criaban a los hijos como ellas creían.

Pero ahora, cuando ya somos jurídica y legalmente iguales a los hombres, cuando hay mayoría de mujeres universitarias, resulta que necesitamos un ginecólogo para llevar nuestro embarazo, que nos dice si somos buenas o malas niñas dependiendo del peso que cojamos, un hospital para parir, donde se nos dice cómo y cuándo empujar (de nuevo se nos recuerda lo buenas o malas que somos en función de lo bien que empujamos, y si no, a cesárea), y una leche artificial porque las más de las veces, resulta que nuestra leche ya no vale.

Ahora no necesitamos permiso a la hora de abrir una cuenta bancaria, pero nadie nos pregunta qué queremos en el momento de quedarnos embarazadas.

Cuando yo hablo de “Acompañar”, me refiero a esto mismo.

Yo no voy a dar “preparaciones al parto”. No soy matrona,  y aunque lo fuera, francamente, no creo que me sintiera cualificada para preparar mujeres para parir. Más que nada porque, y eso lo repito continuamente a todas las mujeres que preguntan, creo firmemente que si hay algo para lo que están preparadas, es para traer hijos al mundo. Y a ver quién me contradice el hecho de que, biológicamente, es precisamente para lo que nacemos.

Pero hay algo que las mujeres no tienen y creo que necesitan cada vez más: compañía. Pero compañía de la buena, de la que sostiene y no juzga, de la que informa y no coacciona, de la que se mete sus propios miedos en lo más hondo de su mochila para que no condicione las decisiones de la otra parte. Esa compañía que ofrece quien te dice “tú puedes, tú vales, tú cuentas, tú sabes”.

No es fácil. Y quien crea que lo es, es porque no se ha puesto a pensarlo. A mí me resulta complicado muchas veces no pasar por mi propio tamiz, por mi propia experiencia las vivencias de otras mujeres. Mi mochila pesa, como casi todas las mochilas, y es tentador compartir el peso con quien necesita aligerar la suya.

Para poder acompañar se necesitan muchos conocimientos, y experiencia propia, y ajena, y sentir verdadero amor por lo que haces y por la persona a la que acompañas, aunque sea un acompañamiento contratado. Tiene que haber complicidad, y sobre todo, tienes que tener siempre en la boca la gran pregunta: ¿Y tú, qué quieres?

De esta manera, la mujer que camina contigo ya no está sola. No tiene que aceptar un trato, o una frase porque no le quede más remedio, porque ahora ya no sólo tiene conocimientos, información para poder decidir, sino la fuerza de quien se sabe acompañada. Y por eso se sentirá empoderada en su embarazo y por lo tanto en su parto. Y por eso sabrá cómo encontrarse en su puerperio, y tendrá la fuerza para decidir, la crianza de su hijo.

No pretendo sustituir la compañía del marido-amante-amigo-padre, es distinto. De hecho, ellos también necesitan saberse útiles y sentirse empoderados. Por eso planteamos también grupos de padres. Es sólo que hay determinadas situaciones en que las mujeres necesitamos la compañía de otras mujeres. Así ha sido siempre y no es excluyente de nada.

Y aquí estoy yo, 3 años después de empezar con una pequeña tienda, comenzando un nuevo camino que voy a andar siempre acompañada de otras mujeres. Algunas estarán ahí por mi, y otras me habrán buscado para que sea yo quien esté ahí por ellas. En sus embarazos, en sus puerperios, en sus lactancias. Y todas,
sobre todo, mucho más fuertes, diciendo siempre lo que quieren sin que nadie tenga que preguntarles nada.


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