Revista Cultura y Ocio
Tras el Tratado de Fontainebleauen octubre de 1807, el Ejército imperial francés entra en España con el pretexto de invadir Portugal, aliada de Inglaterra.
El 19 de marzo de 1808, un motín en Aranjuez acaba con el poder de Manuel Godoy, valido del rey, y facilita la entronización de Fernando VII tras la renuncia de Carlos VI.
El 23 de marzo, el general Joaquin Murat llega a Chamartín, a las puertas de Madrid, y al día siguiente el rey entrante Fernando VII hace su llegada a la capital por la Puerta de Atocha. El pueblo sale a aclamarle a las calles. Su carroza casi no puede avanzar entre la multitud.
Al poco tiempo, tanto Fernando VII como Carlos VI son forzados a reunirse con Napoleón Bonaparte en Bayona, donde se produjeron las Abdicaciones de Bayona. Ambos entregaron la corona a Napoleón, quien a su vez la entregó a su hermano, quien es proclamado rey de España como José I.
Mientras tanto, la administración borbónica se encuentra descabezada y con órdenes de cooperar con los franceses. En Madrid, el ambiente es muy hostil hacia las fuerzas invasoras en una atmósfera cargada de inquietudes.
El 3 de abril, ante el malestar creciente de la población madrileña contra los soldados franceses, se publica un Real Decreto por el cual quedaba prohibida la reunión de gentes en cuadrillas o en corrillos; además ordenaba el cierre de las tabernas a las ocho de la tarde; el control de la asistencia al trabajo; que los amos no permitan que los criados se mezclen con el bullicio, etc.
El 1 de mayo, Murat es apedreado al pasar por la Puerta del Sol. El militar huye a caballo ante la rechifla general.
La noche del 1 al 2 de mayo, Murat ordena el traslado a Bayona de los dos hijos de Carlos VI que quedaban en la ciudad: María Luisa y Francisco de Paula.
A las 7:00 de la mañana del 2 de mayo, dos carruajes se aproximan a la Puerta del Príncipe del Palacio Real. A las 8:30, parten la infanta María Luisa y el ministro de Guerra O´Farrill.
Una muchedumbre se concentraba en la plaza frente al palacio, en la Plaza de Oriente, para impedir la salida del último miembro de la familia real. Al subir llorando al coche el infantito Francisco de Paula para conducirlo a Francia, alguien lanza el histórico grito "¡que nos lo llevan!". Al momento, varias decenas de hombres y mujeres rodean las carrozas tratando de impedir el viaje.
MANUELA MALASAÑA, UN GRABADO DE ÁLVAREZ DUMONT
Murat no dudó en ordenar la dispersión del tumulto haciendo uso de sus Guardias Imperiales y de artillería que abren fuego contra la multitud. Las fuerzas del invasor disparan y la sangre de los primeros mártires de la Independencia española abre una página gloriosa, grabada a sangre y fuego, en el libro de la Historia de España.
Los primeros disparos desataban la furia en los aledaños de palacio. Como una onda expansiva, la ira se contagia en círculos hacia las inmediaciones de la Puerta de Toledo, la Puerta del Sol, el Paseo del Prado y el Parque de Artillería de Monteléon.
Al deseo del pueblo de impedir la salida del infante, se une el de vengar a los muertos y el de deshacerse de los franceses. Con estos sentimientos, la lucha se extiende por Madrid.
Al ruido de los broncos cañones y de los dispersos tiros, la noticia de lo sucedido en la Plaza de Oriente se propaga como reguero de pólvora por todo Madrid. Los grupos de hombres y mujeres corren despavoridos, salen a los balcones pidiendo armas, bajando a la calle con trabucos y navajas dispuestos a combatir y lanzando gritos contra el invasor francés: "¡A morir matando...!, ¡No más esclavos!". La soldadesca francesa los sigue disparando y caen más muertos y heridos ante los Caños del Peral.
Poco a poco se va rehaciendo el pueblo de su primer estupor y surgen navajas, tijeras y palos, blandidos con furia por hombres, mujeres y mozalbetes, en tanto que de ventanas y balcones cae una lluvia continua de ladrillos, piedras, muebles y calderadas de agua o aceite hirviendo.
En la Puerta del Sol, probablemente en la esquina con la calle de Alcalá, el pueblo se enfrenta a los mamelucos en una escena que inmortalizó el genial pintor aragonés Francisco de Goya, conocida como La carga de los mamelucos. Junto a la plaza, la iglesia del Buen Suceso sirve de refugio para niños y ancianos, en tanto que las heroicas mujeres y los hombres indomables presentan la primera resistencia sería al invasor. En este punto neurálgico, no mueren sólo los defensores españoles, caen también los orgullosos soldados de Napoleón continuando la lucha durante varias horas.
Entre las 10:00 y las 16:00, Madrid queda sitiada por 30.000 soldados del Ejército imperial francés.
Los soldados españoles permanecen acuartelados, confusos y pasivos, sin órdenes directas del rey, siguiendo las instrucciones del capitán general Francisco Javier Negrete de no beligerancia. DEFENSA DEL PARQUE DE ARTILLERÍA DE MONTELEÓN, POR JOAQUÍN SOROLLA
Sin embargo, los artilleros del parque de Monteleón decidieron desobedecer las órdenes y apoyar a la población insurrecta. El capitán Luis Daóiz no se resigna a ver impasible como muere su pueblo; convence a su medio centenar de soldados y entonces se les unen el capitán de artillería Pedro Velarde, el teniente Jacinto Ruiz de Mendoza, el capitán de fusileros Rafael Goicoechea con treinta de sus hombres, y los alféreces de fragata Juan van Halen y José Hezeta. A ellos se suman más de dos o tres centenares de civiles armados llenos de ira y cólera al grito de “¡Viva Fernando VII!” “¡Viva España!”.
Se refugian todos en el Parque de Artillería de Monteléon, situado en el barrio de las Maravillas (hoy barrio de Malasaña). Con ellos se encierra los más valientes vecinos de la ciudad agrupados en dos bandos: manolos (habitantes de los barrios bajos: Rastro, Lavapiés, Puente y calle de Toledo,...) y chisperos (vecinos de los barrios altos: Maravillas, Barquillo, San Antón,....).
Entre todos organizan la defensa; arrastran a brazo los cañones y solo tienen diez granadas. Avanza la columna francesa del general Lefranc y, cuando están a tiro, disparan cañonazos a través de la puerta, para que el estrago sea mayor; aumenta el entusiasmo del pueblo y el enemigo se retira. Aguantan hasta dos embestidas francesas. Pero Murat manda refuerzos numerosos y aquel puñado de valientes muere luchando heroicamente.
A pesar del heroísmo, lleno de casos de sublime patriotismo que se desarrollan en esta gloriosa fecha, a Murta no le cuesta gran trabajo arrollar a la muchedumbre que invade ya calles y plazas. Las tropas francesas que tienen tomadas de antemano posiciones estratégicas, penetran por los diferentes extremos de la capital.
Mientras que la guardia imperial acuchilla a los grupos, se destacan por su crueldad los lanceros y mamelucos, que fuerzan las casas donde suponen les han hecho disparos, degollando a sus habitantes. A última hora de la tarde, los focos de resistencia quedan extinguidos.
Murat publica un bando ordenando el fusilamiento de todo español que sea encontrado con armas de cualquier clase, siendo así fusilados sin formación de causa, centenares de inocentes, simplemente por llevar tijeras o útiles de labranza. El Salón del Prado y la montaña del Príncipe Pío se empapan con la sangre de los mártires de la Independencia, pero también el Retiro y las tapias de la iglesia de Medinaceli. Los cadáveres permanecen varios días al aire, de hecho el 12 de mayo se entierran en la iglesia de San Antonio de la Florida 43 ejecutados hallados en la montaña de Príncipe Pío, mientras que los fusilados en el Prado son enterrados en el lugar donde se alza el monumento de la Plaza de la Lealtad. Francisco de Goya traslada al lienzo aquellos cuadros de horror para asombro de generaciones futuras.
En total hubo más de 400 españoles muertos de los que 149 no eran madrileños, sino gentes venidas de otras provincias en los días anteriores al alzamiento.
MUERTE DE DAOIZ, POR MANUEL CASTELLANOS
Tan ejemplar proclama dada contra el invasor en Madrid, pronto tiene resonancia hasta en el último rincón de España. A los viajeros que salen de Madrid, se les piden noticias sobre los antes olvidados negocios públicos, hasta en los villorrios y caseríos casi despoblados. Se reúnen grupos para leer las cartas que llegan de la heroica villa y estrechándose unos a otros las manos, dan gritos de guerra que se extenderán por toda la nación.
Al día siguiente, el 3 de mayo, en un pueblo cercano a Madrid, Móstoles, sus alcaldes Andrés Torrejóny Simón Hernández reúnen a los vecinos y les arenga: "¡La Patria está en peligro! ¡Madrid perece víctima de la perfidia francesa! ¡Españoles, acudid a salvarla!...". El llamado Bando de Móstoleses el primer manifiesto de insubordinación a las autoridades francesas y una llamada a las armas frente al invasor a los municipios colindantes.
Y es que el pueblo hispano, siempre hidalgo, cortés y hospitalario, no ha consentido nunca que pise como invasor del suelo patrio la plantilla de ningún extranjero.