Revista Cultura y Ocio

Acorazado

Publicado el 02 noviembre 2010 por Sergio B Huidobro

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La semana pasada tuve oportunidad de ver un pase de Acorazado, ópera prima del mexicano Álvaro Curiel que el día anterior acababa de recibir el Premio del Público del Festival Internacional de Cine de Morelia y que aún no tiene distribuidor mexicano. Lo más deseable es que el galardón (que indica desde el nombre que la película ganó el favor de los espectadores y no sólo del jurado especializado) atraiga a distribuidores interesados en un filme que merece ser visto, discutido y reído por una audiencia razonablemente más amplia que la que asiste a un festival.

La primera ocurrencia de Acorazado es presentar a Silverio Palacios en un personaje llamado… Silverio Palacios. Que no es ninguna suerte de autoretrato ficcional a la manera de JCVD: Jean Claude Van Damme (2008), aquí el personaje es un marido gris y sin aspiraciones que vive en una zona popular del puerto veracruzano que, por razones que ni el director ha alcanzado a explicar cabalmente, terminó llamándose igual que el actor. Con una habilidad natural para el discurso político y la persuasión, Silverio se gana la vida interceptando turistas y fingiéndose un incansable luchador social.

Al descamisado individuo se le va el día en escuchar, por un oído, las peroratas de su autoritaria esposa y por el otro, las interminables insistencias de su compadre (Salvador Sánchez) de que emprenda el viaje marítimo hacia Miami, atravesando el Golfo mexicano para llegar, literalmente, mojado. Una vez aceptada la sugerencia, idean un plan que implica construir una lancha con madera, fierro y las piezas de un destartalado vocho, viajar hacia la costa de Florida y hacerse pasar por un moribundo exiliado cubano, pidiendo protección como refugiado político, consiguiendo seguridad social y trabajo. Para ello, se vale de su endiablada retórica y se prepara a convertirse en un férreo opositor y desertor del régimen de los Castro. Y se hace a la mar. Pero a medio camino, una tormenta imprevista tuerce el rumbo del acorazado y lo arroja sin piedad… a las costas del centro de La Habana.

Silverio adapta de golpe su estudiado papel, se presenta como el primer occidental que llega a Cuba huyendo del capitalismo y es presentado por el gobierno cubano a todo el mundo como “un ejemplar único del primer hombre verdadero, el paradigma de la vigencia innegable de la revolución”. Al mismo tiempo, la cinta abandona una primera media hora más bien sosa y crece minuto por minuto hasta terminar convertida en una comedia de enredos impagable, con una inteligencia y ligereza inauditas para la reflexión política, una puesta en escena más que adecuada y una narración que pronto hace olvidar que estamos ante una ópera prima.

Su mayor mérito, tal vez, sea la actualización tan fresca de temas y controversias que habían sido abandonadas por el cine (al menos por el narrativo) desde que el fin de la Guerra Fría las hizo pasar de moda y las sacó de las conversaciones cotidianas. Filmar un guión agridulce, de amplios matices, en el centro mismo de La Habana, en todo tipo de locaciones cubanas, representa además, para sus creadores, un triunfo inaudito de relaciones diplomáticas, una conquista del cine como bandera de apertura. “Casi cualquier persona cubana involucrada en esta película lo hizo con la incertidumbre de las consecuencias que pudiera tener su participación, incluso perder su trabajo”, escuché comentar al director en una conversación posterior a la proyección. Pero la película se filmó, existe, e insisto, insisto como pocas veces: Merece ser vista. Cuanto antes.

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LOS COMENTARIOS (1)

Por  ALVARO CURIEL
publicado el 02 noviembre a las 22:53
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