
Extraído de http://mimejorpaginaweb.blogspot.com
Que corren malos tiempos, es evidente y que la gente tiene que ganarse el pan como puede, también. Pero creo que todo tiene un límite. Desde hace ya algún tiempo son tantas las llamadas que recibo en el teléfono de casa para intentar venderme algo, que me siento realmente acosada. A todos siempre les doy la misma socorrida respuesta: “estoy en paro y no estoy para gastos extras” (cosa que, por cierto es verdad), pero ya ni eso da resultado. Además, la gran mayoría de las veces, si veo un número largo en la pantalla del teléfono no descuelgo; pero, en otras ocasiones, no aparece nada y contesto por si pudiera tratarse de algo importante.
No hace mucho, me llamó una señorita para comunicarme que una conocida editorial iba a obsequiarme con un libro gratis. Lo cual me sorprendió, pero al tratarse de un libro, no me pude negar. Ingenuidad de la que tuve que arrepentirme pocos días después, cuando en la puerta de casa me aparece un flamante joven con maletín en mano, corbata barata y peinado con raya a un lado. En principio dudé en si sería un testigo de Jehová o un militante del PP que venía a pedirme el voto, (en ninguno de los casos le hubiera abierto mi puerta); pero no, venía a traerme “mi obsequio”, que pasó de ser un regalo gratuito a tener que pagarle seis euros por los gastos de envío. A su favor tengo que reconocer que el muchacho estaba bien entrenado, porque parecía un papagayo al que le dan cuerda y que no había manera de parar. De entrada me “regalaba” una fantástica vajilla de porcelana y una almohada que iba a arreglarme el dolor de espalda y como colofón una maravillosa colección de libros, con encuadernaciones en plata, como las que no había otra igual en el mercado. Eso sí, a cambio de unas interminables cuotas que podría pagar cada mes con toda facilidad. Detalle que no se atrevió a soltar hasta pasadas tres horas de conversación, en las que yo le repetía una y otra vez que no iba a comprarle nada. Vamos, que sólo me faltó echarle agua caliente para que se fuera el condenado tipo.
La última fue hace dos o tres días y aluciné con la nueva “estrategia de venta”:
-¿Es casa de “fulanito de tal”? -Me pregunta el interlocutor cuando descuelgo el auricular.
-No -le respondo-, se ha confundido de número.
-Pues perdone, pero mire, ya que estamos, ¿no le interesaría comprar un robot de cocina que hace de todo?
Para pegarse un tiro.
