
Por ejemplo, la prima de riesgo -¿se acuerdan?- cae en estos momentos a su mínimo desde marzo de 2010, aquel umbral de 110 puntos básicos que obligó al presidente socialista, José Luis Rodríguez Zapatero, tomar medidas radicales contrarias a su programa y convicciones ideológicas, por lo que fue tachado de pésimo gobernante, manirroto y causante de la desconfianza de unos mercados que castigaban con tal interés la financiación de nuestra deuda soberana. Hoy, en cambio, esa misma cifra traduce confianza, refleja la sabiduría de un buen gobierno y despierta la ilusión del crecimiento y creación de empleo, precisamente cuando la cota de los que no consiguen un puesto de trabajo supera con creces los cuatro millones largos de personas, se descubre que la corrupción es un mal que se expande como la gripe y los bancos de alimentos han de organizar campañas para ofrecer, siquiera, algo de caridad alimenticia a los que el Sistema económico -ese que va tan bien- y el Gobierno -ese que sabe administrarnos con sabiduría y equidad- abandonan sin auxilios sociales ni derechos legales. Una misma cifra, pues, sirve para el pesimismo o el optimismo, según los intereses e intenciones de quien la valore.

Cuando menos, el Ébola se declara erradicado en España, adonde lo trajo una decisión política, que no médica ni humanitaria, por atraer la simpatía de determinados sectores de la sociedad y calmar la inquietud de un poder que no es de este mundo, pero que se materializa en éste, hasta el extremo de “inmatricular” cualquier construcción mundana que pueda representarlo, eximirle de pagar impuestos y permitirle recolectar “aportaciones voluntarias” con el cepillo de las limosnas. Para los ungidos por tal poder se procuran aviones medicalizados y se reabren hospitales que ya habían sido cerrados con la intención de privatizarlos o “externalizar” sus servicios, mientras que a otros, los más depauperados, les retiran las cartillas sanitarias, los confinan en la marginalidad y les dan de alta médica en las urgencias para que mueran en los albergues municipales, todo en nombre de la sostenibilidad… cristiana, se supone.

Entre tanto, la Justicia, ante esta grave situación, se halla decidida a evitar que las menores de edad -mínimo legal que no se exige para otras intervenciones- puedan abortar sin el consentimiento paterno. Por eso ya ha anunciado que la reforma “light” de la Ley del Aborto –otra reforma impuesta por la crisis- será pronto una realidad que regulará nuestras conductas. Se atiende, así, un improrrogable asunto que preocupaba enormemente a la ciudadanía y que había motivado, hace un tiempo, que obispos y otros jerarcas de la curia se echaran a la calle tras las pancartas, exigiendo la imposición de un orden moral que impida este atentado contra la vida. Sin embargo, llama la atención que, contra la pederastia y otras agresiones sexuales en el seno de la Iglesia, esos ministros y sus píos seguidores no se manifiestan. Antes al contrario: mantienen un absoluto silencio y se guardan de proferir condenas y excomuniones a los “pecadores” con sotanas. En su escala de valores, la vida del no nacido vale más que la del nacido.

