La mayoría de mis pacientes son encantadores. La primera vez pueden venir con miedo y hay que aclararles que el médico no es el lobo feroz y que no tiene intención de comerse a nadie. Luego ganan confianza y se establece una relación de cariño y familiaridad. Es muy satisfactorio.
Sin embargo, de vez en cuando me cruzo con algún paciente insufrible: maleducado, demandante, grosero y tan listo que sabe mejor que nadie lo que le conviene. Es un individuo que se declara conforme con su estilo de vida: beber, fumar y avasallar, y no está dispuesto a cambiarlo bajo ningún concepto, ni siquiera el antecedente de un infarto hace que se lo replantee. Cuando se pone malo va al médico y le exige que le cure según sus condiciones. Por supuesto de forma gratuita. A pesar de todo lo que abogo por la Sanidad Pública, sinceramente creo que alguien que hace caso omiso a las recomendaciones del facultativo las valoraría algo más si tuviera que pagarlas. Supongo que es la excepción que confirma la regla: un verdadero cretino.
Antes de hacer semejante juicio de valor hay que darle una oportunidad. Con frecuencia es una persona encantadora y razonable que sólo necesita espabilarse y que cambiará de actitud con el tiempo. Por desgracia este no es el caso concreto que ha inspirado este post, lo he comprobado. Mi trabajo no es pelearme con los pacientes, considero que estamos en el mismo bando y la mayoría lo ve así. Si alguien tiene un problema le intento dar una solución, dentro de mis capacidades. Eso hice en este caso, no discutí, le conté lo que pasaba y lo que teníamos que hacer. Suelo ayudarme de dibujos, muy esquemáticos, e incluso algunas imágenes de pósters para explicar las patologías y las cirugías. Luego les doy los papeles que tienen que leer, firmar, entregar o guardar.
A los pocos días el enfermo se presentó sin cita e interrumpió la consulta con su falta de modales habitual. Le habían dado fecha para la cirugía. Afirmaba que no le había explicado nada, que sólo le había enseñado unas fotos. Supuse que como estaba algo sordo no me había oído bien e intenté explicárselo de nuevo, alto y claro. También supuse que se había enterado.
Llegó el día de la cirugía. Según el paciente apareció por la planta para ingresar nos llamaron las enfermeras al quirófano. El señor había desayunado y se había tomado unas pastillas que no sabía precisar (me habría extrañado que los supiese, creo que su café de desayuno no era ni solo, ni con leche, e incluso dudo que llevase café). Subí a hablar en él. En los pocos minutos que llevaba allí se había ganado la aversión de todo el personal (hay que reconocerle el mérito). Entré en la habitación para hablar con él, a lo mejor no era preciso suspenderle, y se puso a gritarme como un energúmeno antes de dejarme abrir la boca. Lo primero que me dijo es que no le había explicado nada. A partir de ahí desconecté, no deseaba regresar al quirófano encendida. Cuando pude metí baza y le dije que no le íbamos a operar, que no tenía una buena actitud y que, si él quería hacer lo que le daba la gana, ese no era el modo de funcionar en el hospital. Antes de terminar la nota de alta, el paciente se marchó. Nadie lo lamentó, al contrario, toda la planta se mostró aliviada. Es el único paciente que he suspendido por culpa de su actitud. Espero que también sea el último.