Revista Toros

Actitud

Por Solymoscas
ACTITUD
ACTITUD(Malos tiempos de verdad)
No debería uno contar nunca nada, empieza Marías su Tu rostro mañana, pero a veces, también, siente uno la necesidad de contar algo para quitárselo de encima. Una cosa contada más entre todas las demás. Una gota en el océano. Una palabra en Moby Dick. Ahora que acaba el año, más icluso, sobre todo algo como esto, intentar dejarlo aparcado indefinidamente en esa hoja del calendario que pasa para no volver. Aunque uno sepa que es ridículo porque esa hoja es sólo papel y la vida no para y lo que uno cuenta importa y permanece. Pero si fuera uno discreto, instropectivo, seguro, uno no tendría una bitácora. Uno quiere contar, aunque no se entienda a si mismo ni lo pretenda.
Toda esta disgresión torna, y uno es incapaz de dejar de pensar que esto sea una simple coincidencia, alrededor de la página 666 del único volumen donde se ha reunido la trilogía del escritor madrileño. Aquí se habla de la más repulsiva contribución a la lidia y siento, a pesar de tener la coartada de partir de un detalle y no del meollo del asunto, un poco de pudor al ofrecerles esto, una barata reflexión taurina. La repulsiva contribución es una que se llevó a cabo durante la Guerra Civil y que yo no voy a contar porque no viene al caso y por no arruinarles ni viciarles ni oscurecerles ni ensombrecerles la afición. Asi nos las gastábamos en España, imagínense. Pero bueno, el pequeño gran detalle del que brota esta inocua reflexión es la muerte de un hombre. Emilio Marés. "Andalúz, muy simpático, ingenioso, era presumido con gracia y frivolo con deliberación, se las daba de anarquista pero sin ninguna solemnidad, incluso en sus peroratas había siempre algo de guasa, y además iba como un pincel, de punta en blanco". El inicio de la Guerra lo pilló en su casa... Cuenta Marías a través del protagonista que oye lo que su padre le cuenta que oyó a un escritor fascista: "en Ronda, llevaron a tres presos a las afueras para fusilarlos con la primera luz, y, como era costumbre, les ordenaron cavar (era costumbre en ambos bandos, y me temo que en los de cualquier guerra también). Uno de ellos, "un lechuguino llamado Emilio Marés", esas fueron sus palabras, "hijo de un alcalde rojo de por allí", se negó, y les dijo a sus verdugos: "A mí me podreís matar y me vais a matar. Pero a mi no me toreáis". No estaba dispuesto a hacerles parte del trabajo, vamos". El resto lo encontrarán en el susodicho libro...
De los cadaveres brotan flores canta el amigo hipersensible de Coixet, y mi reflexión es musgo en la tierra de una uña de ese cuerpo muerto. Seguramente ni le gustaban los toros, pienso. No puedo dejar de contar de todos modos. Es lo que hay. Y lo que hay es que, la digna actitud ante la muerte de este hombre me ha recordado esa frase de Bleu (y aquí ustedes pueden empezar a plantearse si mi afición a los toros es sana), creo, y de tantos otros, donde define al toro bravo como ese que sale a la plaza dispuesto a NO dejarse matar, a complicar la vida a su oponente. Como Marés. Ahora es justo lo contrario, se busca al compañero en la creación artística, al colaborador, por qué no, al colaboracionista (hasta con recompensa de vida eterna)... ¡Cómo ha cambiado el planeta de los toros que ahora aplaudiría al que cava su propia tumba... y al que se enfrenta a estos pobres!

Volver a la Portada de Logo Paperblog

Revista