Idealmente deberìamos vivir màs y mejor, pero la realidad es que el envejecimiento va asociado con un aumento descomunal de las tasas de morbilidad y discapacidad. Asì que hemos cambiado el morirnos por el vivir con una mala salud; en compañìa de esas enfermedades crónicas degenerativas que, como huèspedes no deseados, se han afincado en nuestra sociedad. De todas ellas, quizà las que màs ansiedad producen son las relacionadas con la discapacidad mental.
Al igual que ocurre con las enfermedades cardiovasculares y el càncer, las enfermedades mentales tienen como raìz una serie de factores genèticos y ambientales que definen, a nivel individual, tanto su riesgo como la edad de aparición de las mismas. Con respecto a los factores ambientales, que son sobre los que podemos y debemos actuar, la evidencia cientìfica nos ha ido demostrando que el ejercicio, la actividad intelectual, las relaciones sociales y una dieta saludable conducen a un menor riesgo de demencia senil, incluyendo una de sus formas mas comunes y temidas: la enfermedad de Alzheimer, para la cual no tenemos todavìa cura.
La importancia de la vida activa
De todos los factores ambientales mencionados màs arriba, quizà uno de los que màs atenciòn està recibiendo en el presente es el de la actividad fìsica. Por màs de una dècada, los estudios epidemiològicos han ido sugiriendo que una vida activa podrìa ser un factor protector contra la enfermedad de Alzheimer en particular, pero tambièn contra el declive cognitivo que tiene lugar durante el envejecimiento.
Sin embargo, como es comùn en la investigaciòn cientìfica, los resultados no han sido uniformes. Lo que sugiere que puede haber factores que modifiquen la relaciòn entre la actividad fìsica y la protecciòn contra la enfermedad. Un estudio que acaba de aparecer en los 'Archives of Neurology' aporta una pieza que podrìa contribuir a resolver este "rompecabezas" al demostrar que en algunos individuos, simplemente el hàbito del paseo diario podrìa ser suficiente para disminuir el riesgo de Alzheimer, si todavìa no lo padecen, o para atenuar su gravedad si ya tienen indicios de sufrirlo.
En este estudio, investigadores de la Washington University en Saint Louis (EEUU), investigaron a unos 200 individuos de edades comprendidas entre los 45 y los 88 años, ninguno de los cuales mostraron al comenzar el estudio sìntomas de la enfermedad. Los cientìficos utilizaron una tècnica de imagen conocida como tomografìa de emisiòn de positrones, que les permitiò 'ver' dentro del cerebro de estos individuos y examinar la presencia de placas seniles o amiloideas (β-amiloide es un pèptido de 36 a 43 aminoàcidos), que son depòsitos que se encuentran en el cerebro de los pacientes con la enfermedad de Alzheimer.
Pero ademàs de mirar dentro de su cerebro, estos investigadores miraron dentro de los genomas de los individuos, ya que como hemos indicado màs arriba, las demencias tienen tambièn un componente genètico. En este caso, los investigadores se centraron en un gen conocido como APOE, que se presenta en tres formas heredadas que son conocidas como la APOE3, que es la mas comùn, la APOE2, que es la menos comùn y la APOE4 que, en España, esta presente en un 10-12% de la poblaciòn. Es precisamente esta ùltima variante genètica la que se ha visto asociada con niveles más altos de colesterol en la sangre y por lo tanto con un riesgo mayor de enfermedades cardiovasculares.
Pero un hallazgo sorprendente e importante, hace ya dos dècadas, vino a demostrar que esta misma variante genètica estaba asociada no sòlo con un gran aumento, hasta unas quince veces, de padecer Alzheimer, sino tambièn con su manifestación màs temprana, unos diez años antes, en comparaciòn con aquellos que tienen las otras formas del gen de la APOE.
La hipòtesis de trabajo de los investigadores en St. Louis fue que la relaciòn entre actividad fìsica y Alzheimer podrìa ser diferente dependiendo de que forma del gen de la APOE se es portador. De la misma manera que anteriormente se habìa demostrado que la mejora de los niveles de colesterol en plasma en respuesta a la dieta estaba mediada tambièn por este gen. De acuerdo con su hipòtesis, los resultados del estudio vinieron a demostrar que cuando los datos de los 200 voluntarios se examinaban en conjunto, no se observaba gran diferencia en la presencia de placas amiloideas entre aquellos que hacìan màs o menos actividad fìsica.
Sin embargo, cuando los investigadores analizaron por separado a los 56 sujetos que eran portadores de la variante APOE4 observaron que, por tèrmino medio y tal como era de esperar, estos individuos tenìan una mayor acumulaciòn de placas amiloideas y por lo tanto mayor riesgo de Alzheimer. Sin embargo, esto no se observaba en aquellos con la variante APOE4 y que habitualmente hacìan actividad fìsica. En estos sujetos genèticamente predispuestos a la enfermedad pero activos fìsicamente, la presencia de placas amiloideas era similar a aquellos sujetos que no eran portadores de la APOE4 y, por lo tanto, no tenìan un riesgo elevado de Alzheimer.
Este estudio viene a demostrar que una actividad fìsica habitual, que puede consistir en algo tan placentero como el paseo tradicional de nuestra cultura, no sòlo beneficia la salud mental en general, sino en especial la de aquellos que nacen genèticamente predispuestos a ser vìctimas de esta devastadora enfermedad.
Èste y otros estudios demuestran una vez màs que tras buscar soluciones "milagro" para problemas comunes en nuestra sociedad actuales, los mejores remedios estàn embebidos en esas tradiciones culturales tan agradables como sanas, que incluyen, ademàs de la buena comida, la socializaciòn y la actividad moderada habitual.
Escrito por Josè Mª Ordovàs: Director del laboratorio de Nutriciòn y Genòmica del USDA-Human Nutrition Research Center on Aging de la Universidad de Tufts (EEUU), profesor de Nutriciòn y Genètica, director cientìfico del Instituto Madrileño de Estudios Avanzados en Alimentaciòn (IMDEA) e investigador colaborador senior en el Centro Nacional de Investigaciones Cardiovasculares (Madrid). Para elmundo.es.