Casi todos los medios informativos califican de activistas, luchadores, rebeldes y guerrilleros a los palestinos deportados hacia varios países de Europa, tres de ellos a España, y evitan cuidadosamente decir que son terroristas.
Son los que asaltaron la Iglesia de la Natividad de Belén para escapar de las tropas israelíes que los buscaban como dirigentes de las bandas del terror, entrenadores de niños-bomba.
A Europa no vienen como soldados con un código de honor, sino como fanáticos sumamente peligrosos, aunque ellos aseguren que no atentarán en este continente.
Sus guardianes estaban preparados para reprimir cualquier movimiento sospechoso en vuelo: podrían lanzar los aparatos contra el Vaticano o contra una central nuclear, como hicieron sus correligionarios en las Torres Gemelas.
España, acoge “por razones humanitarias” a tres de estos asesinos, que serán vigilados día y noche por miedo a su enfermiza militancia y religiosidad.
Pero seguimos llamándoles “luchadores de la libertad” y nos indignamos porque las grandes agencias informativas como Reuter´s, AP, o televisiones como CNN, definen también así a los terroristas de Eta.
Dentro del horror que inspiran los asesinos etarras, ninguno de ellos se acerca al menos culpable de éstos. Ningún etarra entrenó niños ni los mandó a los mercados a inmolarse envueltos en bombas para matar a todos los que los rodeaban.
Estos tres sí lo hacían, pero evitamos llamarles terroristas: y nos escandalizamos de que otros sigan llamando activistas, luchadores, rebeldes y guerrilleros a los asesinos de Eta.