Revista Cultura y Ocio

Actores e identidad

Por Fuensanta

El aspecto del actor: la identidad

Cuando un actor aparece en un escenario, el espectador ya recibe en ese momento cierta información que le permite identificarlo en algunos aspectos: sexo, edad, posición social, época, raza y nación, e incluso identificación de ciertos tipos determinados, profesiones, y hasta personajes teatrales o simbólicos tipificados culturalmente (Otelo, il Capitano, etc.). De ello saca el espectador ideas previas acerca de su futuro comportamiento y actitudes; le atribuye una identidad provisional. Se trata de que el aspecto del actor cuando actúa interpretando a un determinado personaje es un sistema creador de significado: el significado de una identidad. Cuando decimos que un

Actores e identidad

Molière en el papel de Sganarelle (grabado de 1660)

actor construye un personaje, decimos que está construyendo una identidad, y una parte importante de ella es el aspecto externo.

¿Qué es la identidad?

La conciencia de identidad de un individuo se forma de modo indirecto; se forma cuando el sujeto se observa a sí mismo desde el mismo punto de vista en el que él observa a los demás individuos. Esta observación de sí mismo se produce cuando toma la actitud de los demás individuos de su entorno social, con una misma experiencia y comportamiento, una sociedad en la que él se halle inserto.

La identidad se constituye en procesos de comunicación y, por tanto, no es algo que permanezca siempre igual, pues es producto de relaciones personales distintas. En cada ser humano coexisten identidades distintas que correspondes a diferentes roles y reacciones sociales.

Para que exista identidad tiene que haber algo particular, pero lo particular se obtiene del hecho de pertenecer a una comunidad; sólo es posible si se separa lo diferente de esa comunidad y se afirma dentro de ella. Los demás miembros de esa comunidad tienen que reconocer y aceptar la diferencia para que haya identidad. Tiene que existir una identificación como miembro de esa comunidad y distinguirse en determinados puntos. Para resumirlo, podemos decir que tiene que haber subordinación a la sociedad y diferenciación del resto de los miembros. Un ejemplo claro en este sentido es la moda, donde se advierte la tendencia a la igualación social combinada con la diferencia individual; la moda actúa, siendo un canon de prescripciones que regula los arreglos del aspecto externo, como un sistema de signos mediante el cual se producen identidades y que permite la comunicación entre los miembros de esa sociedad.

Lo primero que percibimos de una persona es su apariencia y esto nos permite atribuirle una cierta identidad, antes de una comunicación discursiva. La forma del arreglo personal (vestido, maquillaje, peinado) indica a los demás el valor que la persona se da a sí misma y cómo desea ser valorada por los demás. Esboza una imagen de sí misma que actúa como signo de su identidad. Por ser lo primero que percibimos conformará nuestras expectativas respecto al comportamiento y actitudes de la persona.

Para la formación de una identidad la apariencia es un factor esencial. El proceso de formación se da en tres fases:

  1. Ser vestido: en nuestra infancia somos vestidos según los deseos y expectativas de los adultos.
  2. Disfrazarse: en nuestra adolescencia y juventud nos disfrazamos, adoptando determinados roles y aprendiendo poco a poco las identidades de otros y la nuestra propia (no es casualidad la adscripción a diferentes tribus urbanas de los jóvenes, con modos de apariencia externa muy marcados).
  3. Portar hábito: finalmente llegamos a un yo personal mediante una uniformidad social dentro de la cual nos distinguimos con rasgos de identidad propios que los demás reconocen y afirman.

La apariencia externa del actor

El teatro parte de la presencia corporal del actor. El cuerpo del actor es la condición imprescindible del teatro. Precisamente su apariencia externa, su identidad ficticia, adoptada voluntariamente, es lo primero que percibimos. Identificamos su figura y le atribuimos una primera identidad. A lo largo de la representación, el espectador relaciona esta apariencia con otros signos que porta o produce también el actor: lingüísticos, de entonación y ritmo, mímicos, gestuales, de desplazamiento en el espacio. Todos estos signos pueden complementar, completar, confirmar, y a veces contradecir, el aspecto externo que nos presenta el actor. El uso que de esa apariencia externa se haga puede ser el de desvelar desde un principio la identidad que el actor mantendrá en todo el desarrollo de su personaje o conseguir que en el desarrollo se realice el desvelamiento de la identidad, o incluso se niegue y refute la primera atribución de identidad.

Al ser el primer signo perceptible para los espectadores y ser el de mayor permanencia en el tiempo, el aspecto externo es sumamente importante. En el teatro, el hábito sí hace al monje, y el uniforme al soldado. Por esa razón a lo largo de la historia teatral ha sido posible desarrollar ciertas convenciones, como, por ejemplo, los personajes de la comedia dell’arte, donde el aspecto externo determina la identidad de cada figura y nos fija las expectativas respecto al comportamiento, la manera de hablar, etc.

Los principales signos de la apariencia externa son:

  1. La máscara
  2. El peinado
  3. El vestuario

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