Revista Cine
En el futuro cercano, la Tierra recibe una serie de misteriosas ráfagas de rayos cósmicos que amenazan la vida en el planeta. Tras sobrevivir a uno de estos incidentes, al comandante Roy McBride le encargan la extraña misión de viajar a los límites del sistema solar para acabar con la amenaza, cuya causa no es otra que la misión que emprendió su padre, Cliff McBride. Hace décadas, este reputado astronauta abandonó la Tierra en busca de vida inteligente y hasta su propio hijo le daba por muerto.
Ad Astra supone la incursión en la ciencia ficción de James Gray, un brillante realizador norteamericano que no acaba de conquistar al público, a pesar de la originalidad y el pulso narrativo de todas sus obras. Tras su ópera prima, se alió con el joven Joaquin Phoenix para explorar los vínculos entre el crimen organizado y los sindicatos neoyorquinos en La Otra Cara del Crimen (The Yards, 2000). Sus películas siempre ahondan en los conflictos que se generan en el seno de la familia nuclear, en especial entre padres y hermanos, y estas relaciones sirvieron de telón de fondo a la excelente La Noche es Nuestra (We Own the Night, 2007), la enfermiza historia de amor de Two Lovers (2008) y al cuento sobre la inmigración en la Nueva York de principios de siglo de El Sueño de Ellis (The Immigrant, 2013), su última colaboración con Phoenix hasta la fecha. La siguiente película de Gray, Z, la Ciudad Perdida (The Lost City of Z, 2016) adaptó las expediciones del británico Percival Fawcett por el Amazonas y fue su primera colaboración con el productor Brad Pitt, que ahora protagoniza la odisea espacial que hoy nos ocupa.
Ad Astra sigue el camino marcado por la anterior película de Gray y adapta al campo de la ciencia ficción espacial el esquema narrativo de la novela de Joseph Conrad, El Corazón de las Tinieblas, que ya fue versionada por Francis Ford Coppola en su magistral Apocalypse Now (1979). Los espectadores conocen a McBride, el trasunto de Marlow que ha de recorrer distintas estaciones por un sinuoso camino hacia lo más profundo del espacio exterior, donde un reputado astronauta desapareció y, aparentemente, perdió la razón. Con semejante argumento, James Gray se basa en las pautas del 2001: Una odisea en el espacio (2001: A Space Odyssey, 1968) de Kubrick y se vale de recursos narrativos ya expuestos en los títulos más recientes de aventuras espaciales de corte realista, es decir, la angustiosa Gravity (2013) y la brillante Marte (The Martian, 2015). Con semejantes referentes, el director neoyorkino compone una película excepcional, de ritmo pausado y centrada en el viaje emocional del astronauta protagonista, que reflexiona sobre la relación que mantiene con su padre mientras parte en su búsqueda.
El acabado formal de Ad Astra es sobrecogedor. No en vano, el director de fotografía, el suizo Hoyte Van Hoytema, ya había trabajado con la oscuridad del espacio profundo en Interstellar (2014). Hay secuencias de alta tensión, como la persecución en rover por la Luna, una especie de Mad Max en la cara oculta del satélite; y otras de amenazas misteriosas, por ejemplo, cuando el protagonista atiende a la llamada de socorro de una nave varada. Resulta sumamente interesante y sobrecogedor el panorama futuro que plantea Ad Astra, con el espacio exterior colonizado por las grandes multinacionales y convertido en un negocio, en otro destino turístico más. El compositor alemán Max Richter firma el tema principal de la banda sonora, ideal para las escenas más intimistas y que recuerda a sus trabajos para la serie Black Mirror y el western crepuscular Hostiles (2017).
El reparto se compone de pequeñas apariciones. Tommy Lee Jones da vida al desaparecido padre del protagonista y el clásico Donald Sutherland interpreta a su antiguo compañero astronauta, en lo que puede verse como un pequeño guiño a los Space Cowboys de Eastwood. Las intervenciones de Ruth Negga (Loving) y Liv Tyler son igual de breves, de modo que el protagonista absoluto de la función es el productor de Ad Astra, Brad Pitt. Con el trabajo de introspección y contención que conlleva el papel del astronauta Roy McBride, Pitt cierra la década que lo ha consagrado como un verdadero actor clásico de Hollywood, durante la cual ha interpretado papeles de gran carga dramática como el de Moneyball (2011) y el que hoy nos ocupa, junto a roles secundarios igual de loables, como los de 12 Años de Esclavitud (12 Years a Slave, 2013), La Gran Apuesta (The Big Short, 2015) y la reciente Érase una Vez… en Hollywood (Once upon a Time… in Hollywood, 2019). Además, su trabajo de productor y responsable de Plan B le ha reportado una lista de producciones de calibre medio para nada desdeñables.
Aunque el ritmo pausado y la ciencia ficción comedida de Ad Astra no logren consagrar a James Gray entre el gran público, se trata de un relato extraordinario, un viaje al espacio exterior y al interior de las relaciones humanas que no escatima en sorpresas visuales y que cuenta con un actor de lujo en plena forma.