En el principio fue el ego. Y de ahí nació el dios.
Dios o la Belleza. Dios o la Verdad. Dios o la Bondad. Uno y trino. ¿Tres en uno?
La poesía es el camino que la inteligencia recorre para no enloquecer. Tal vez sea esa su única forma de vencer a la muerte.
La muerte y su valor romántico. No es difícil suponer que de ahí arranca la leyenda dolorosa.
No es lo mismo decir que hacer. La poesía trabaja conociendo ese filo. El poema es un acto en potencia. La palabra en acción.
El instrumento principal de la escritura es el estilo. Por eso, precisamente, «un cambio de estilo es un cambio de asunto» (WS, 187).
La poesía es el resultado de una acción mental y sensible.
A menudo las palabras crean el mundo. Pero hay un mundo que está más acá de las palabras.
La tensión del decir es siempre una evidencia. Aunque no alcancemos a saber qué significa.
La ignorancia es siempre un erudito (y lo inaudito).
Y todo arte es siempre imitación. A veces nueva.
Por muchas piruetas mentales que nos permitan las palabras, sabemos bien que no somos saltimbanquis y que vivimos en un mundo sin salida.
Hay algo en la locura que nos cura. Incluso sin los juegos de palabras.
Entre lo real y lo ideal no hay término medio, solo una fantástica y acaso inexpresable colisión.
Si algo no te conmueve, pasa de largo.
El mundo eres tú mismo. La vida eres tú mismo. No te equivoques.
Nadie nunca en ningún sitio va a deletrear por ti el poema.
Tú eres tu dios. Y el infierno está dentro.