(homenaje a Wallace Stevens)
(1)
El poema es un ring.
Si suena la campana,
deja de golpear:
es hora de oración.
El poema es un hermoso palomar
en medio de los campos anegados.
El poema es un río: en su corriente
viven y mueren las criaturas
de tu imaginación.
El poema carece de propósitos:
él es su propio silo y la cosecha.
Los gusanos de seda son poetas.
Y se vuelven poemas (díselo
al que quiera imitarlos).
El poema ya está condecorado.
Si buscas que lo premien lo destruyes.
El poema es un campo de batalla.
El poema, si lo catas, sabe a tierra.
Es absolutamente comestible.
Cada poema tiene su lugar.
Por él pasa la vida.
El poema no pide nada más.
Por el poema
puedes meter tus manos
en el fuego.
El poema es lo mejor que va a pasarte:
no lo dejes pasar,
no lo detengas.
La fiebre del poema no se cura.
Tampoco la epidemia de la nieve.
El poema está vivo. O no es poema.
Puros poemas para crear a Dios
Y decirle adiós luego.
El poema es la vida. O está muerto.
El poema es de todos. Y de nadie.
Solo exige conciencia de presente.
Poema, exactitud: mecánica celeste.
Un poema es (claro está) un meteoro.
Poemas al ocaso: redundancias.
El día es sólo noche transparente.
No hay palabras que escapen del poema:
en su centro, un imán las vuelve átomos
en fusión nuclear. Pura energía.
El poema es un alto en el camino.