Por Ana María Constaín
Soy adicta a la explicación
Me cuesta vivir en ese horrible territorio del no entender
Porque si no entiendo no puedo hacer nada para cambiar las
cosas
Y hay cosas que simplemente no pueden ser así.
No puede ser que el mundo este lleno de sufrimiento, dolor,
enfermedad, maldad
De días oscuros en que cuesta respirar
Entonces, soy adicta a la explicación, porque vivo en una
ilusión de que entender me da el poder de transformar.
Mi mente es la gran protagonista, pretenciosa, dominante, invasiva
Sobretodo limitada
Pienso,
en mi adicción busco explicaciones
Teorías y autores, estudios, ensayos
Acudo a mi inteligencia
Caigo constantemente en esta trampa. Una trampa que me lleva
a falsas conclusiones,
y en este esquema de causa – efecto mi alma, siempre
sale perdiendo.
¡Porque si al menos mi mente fuera compasiva conmigo!
Hay días, como hoy, en que pienso que no sirvo para ser
mamá. Días en que tengo el corazón partido pensando en la manera en que
constantemente daño a mis hijas.
Porque soy impaciente, y me gusta trabajar. Porque tantas
veces mis intentos por estar juntas y felices terminan en tormentas de gritos y
regaños. Porque no puedo contestar sus interminables preguntas y después de un
día de tenerlas encima mi cuerpo pide espacio. Porque a veces me gusta el
silencio, y disfruto enormemente ese rato al final del día cuando están
dormidas y puedo descansar.
Mi mente escanéa todo ese conocimiento. Es bombardeada por
todas esas frases que convenientemente escoge para martirizarme
Al final el mundo esta como esta porque las madres abandonan
a sus hijos. Porque no son suficientemente amorosas. Presentes. Compasivas.
Complacientes. Generosas. Entregadas.
El mundo está como está porque falta mamá. Falta su amor. Su
cuerpo. Sus tetas. Su leche. Su amparo.
Los niños enferman porque son separados de mamá. Los niños
se traumatizan porque mamá no los mira. Los niños tienen miedo porque mamá no
está.
La infelicidad se gesta en el vientre. En el parto. En la cuna.
En las guarderías. En las jornadas extendidas. En la ciudad capitalista. En el
mundo feminista que despojo a las mujeres de su feminidad. En el patriarcado
que oprimió a las madres.
Entonces, mi mente lo entiende.
Los miedos de Eloísa, el virus de Matilde, sus pesadillas e
impaciencia… los causo yo con todas mis carencias y dificultades. Con mis falencias y defectos.
Mi mente sigue… Lee. Estudia. Discute. Racionaliza. Opina. Teoriza.
Explica.
Hay días, como hoy, cuando mi cabeza ya va a estallar que
recuerdo que esta mi adicción es solo eso. Mi escape,
Mi necesidad de control.
Que la felicidad de las niñas y un mundo mejor dependan de
mi al menos me muestra un camino.
Aunque sea uno angustioso. E imposible.
Paro.
Respiro.
Siento.
Contacto.
Me doy cuenta de mi angustia. De lo insoportable que es
estar en el vacío.
Ese vacío de no entender.
Ese vacío de lo incomprensible e inexplicable.
En donde solo existe el momento presente.
El dolor es solo dolor.
La enfermedad es solo enfermedad.
Y la tristeza y el miedo.
La alegría.
Los pensamientos
Suelto.
Puedo entonces estar. Aceptar. Dejar de etiquetar. Dejar de
pretender estar en otro lugar y de ser alguien diferente.
Dejo de insistir en cambiar. A mi. Al mundo. A todos.
En ese breve instante conecto con mis hijas y podemos encontrarnos.
Compartir todo lo que hay.
Historias, preguntas, nuevas palabras, heridas de parque,
gritos, reglas de casa, cuentos, corazones partidos, monstruos, carcajadas,
pañales mojados, dulces prohibidos, cuerpos cansados, sueños renovados,
princesas, mocos, ganas de estar, dolor de separarnos….
Todo.
Cabe todo.
Y lo que cada una necesita surge de la profundidad. Se hace
evidente. Claro.
Poco o nada tiene que ver con mis fabricadas explicaciones.
Mucho tiene que ver con nuestra creciente capacidad de
contacto y aceptación.
Y con una mente que se aquieta para darle a paso a quién
Soy.