En mi época de actriz tuve la suerte de hacer un pequeño papel en la serie de televisión "Tristeza de amor" que protagonizaba Alfredo Landa.
Recuerdo que me estaban maquillando cuando él se acercó a mí y me dijo:
-Hola, Lola, soy Alfredo Landa-. Y me plantó dos besos.
Me sorprendió su sencillez, ¿quien no sabía que él era Alfredo Landa? Y también me sorprendió que supiera mi nombre. Obviamente, se había tomado la molestia de preguntarlo antes de saludarme.
-Tenemos una escena juntos-siguió-si quieres la repasamos.
Así lo hicimos. Y durante el rodaje, mientras a mí me tomaban un plano en el que hablaba con él, se colocó ante mí para darme la réplica, pese a que no tenía por qué hacerlo puesto que no aparecía en pantalla.
Esa era la calidad humana del gran Alfredo Landa. Algo que, por otra parte, es del conocimiento público, ya que su cercanía y su humildad traspasaban la pantalla.
Llegó al cine durante el franquismo y protagonizó muchas de aquellas "españoladas" haciendo de señor bajito reprimido sexual que perseguía a las suecas. Imagino que le costaría quitarse de encima aquella etiqueta y demostrar el pedazo de actor que era.
Pero lo consiguió. Y nos dejó grandes interpretaciones como la que hizo en "Los santos inocentes", "El crak" y muchas más. Por lo que hoy puede descansar tranquilo.
Sin embargo, nos ha dejado un poco huérfanos. Era parte de la familia, de nuestra historia, el vecino del quinto. Aunque nos consuela saber que nunca nos dejará del todo porque siempre nos quedarán sus películas.
Hasta siempre, Alfredo.