Revista Opinión
Perdonen mi ignorancia. Yo siempre había pensado que una conferencia de paz es una reunión de los representantes de dos naciones o grupos enfrentados, a fin de cerrar sus desavenencias por medios diferentes a la guerra. Esto es lo que leí en la escuela acerca de las conferencias de paz. Pero parece que estoy equivocado. Los periódicos nacionales rubrican sus titulares, afirmando que el happening vasco del pasado lunes 17 fue en realidad una conferencia de paz, y no un acto propagandístico de la izquierda abertzale para arrimar votos el 20-N de los cachorros airados que aún pululan por Euskadi y, de paso, sugerir de nuevo el discurso eterno de la Euskadi víctima del totalitarismo de Estado.
ETA reventó, demostró su incapacidad de matar no porque ahora, de buenas a primeras, hayan descubierto la democracia y el diálogo social, no. Dejan de matar porque no pueden. Punto y final. Y como lo saben, ya solo les queda evitar que en Euskadi se disipe el halo místico y el ardor guerrero de ese independentismo de mastuerzos e hideputas (uy, se me coló la indignación; ustedes disculpen). Quieren dejar huella de su lucha más allá de ETA, intentando legitimar décadas de asesinatos como si tan solo hubiesen sido un mero período de guerra entre Estados enfrentados. ¡Manda cojones! Y habrá algún garrulo, alma de cántaro, que aún se crea estas estupideces. Por lo que parece, incluso a Kofi Annan le han dado gato por liebre. Decía Einstein que solo tenía por ciertas dos cosas: la infinitud del universo y la estupidez humana; pero que solo de la primera tenía algunas dudas.
Lo que la izquierda abertzale entiende por proceso de paz es bien diferente a aquello que tienen en mente el resto de mortales. Para aquellos, supone tan solo una evolución dentro de su añejo ideal en pos de la independencia de Euskal Herria. Nada ha cambiado, excepto que los héroes caídos en combate, sacrificados por el sueño de una patria libre, han sido derrotados por el totalitarismo del Estado español. Dentro de su lógica, los rottweilers de ETA siguen pensando igual, solo que ahora no pueden morder sin caerles antes encima las Fuerzas de Seguridad. Y tampoco pueden ir demostrando ante la opinión pública su debilidad manifiesta. Saben que era cuestión de tiempo que, desactivada ETA, el catecismo abertzale corriera el peligro de morir. La única vía posible para mantener vivos sus mandamientos era incorporarse al juego parlamentario a modo de partido independentista hardcore.
Si la izquierda abertzale decide seguir jugando a ser demócrata, está condenada a reactualizar su discurso agresivo y autista hacia todo aquello que no sea su propio ombligo. Los ahora concejales, alcaldes y demás cargos institucionales, eran hasta hace poco una panda de descerebrados con mala leche, que urdían cómo joderle la vida a los demás con tan de hacer de su capa un sayo. Desde ya deberán deshojar los códigos aprendidos mientras ETA seguía asesinando inocentes. De no hacerlo, se seguirán alentando nuevas formas de extremismo ideológico y condenando a Euskadi a inútiles enfrentamientos.
En Euskadi no hay dos bandos enfrentados. Hasta ahora solo había víctimas y verdugos, muertos y asesinos, y la estela de dolor que dejaron tras de sí. No hay posible mediación en un conflicto en el que una de las partes se convierte por voluntad propia en agresor. Si entendemos fácilmente, sin necesidad de sesudas explicaciones, que ante la violencia doméstica solo cabe tolerancia cero, ¿por qué les resulta tan difícil a algunos políticos y ciudadanos practicar una estrategia similar contra ETA y quienes alientan su discurso? El reto del futuro en Euskadi es que las generaciones venideras no sigan creyendo que merece la pena convertirse en un asesino con ínfulas románticas de inmolarse en pro de un bien mayor. No solo es necesario un adiós a las armas, también un adiós a la estupidez.
Ramón Besonías Román