Luis el rojo
No hace tanto, San Esteban de Nogales tenía dos fraguas: la que ya pocos conocieron del tío Primitivo y sus hijos Enrique y Benigno. Inicialmente se situaba al lado del antiguo bar de Casimiro, frente a la frutería de José Felipe y que ahora está debajo de la casa de Enrique. La otra que conocimos muchos más, se derrumbó el 7 de octubre de este año y en ella echó la vida el tío Quico y algo menos sus hijos Andrés, Luis, Quica y Adelina.Tiempo atrás era imprescindible en un pueblo agrícola y ganadero tener unos buenos herreros, y San Esteban los tenía.Muchos saben cuantos paseos con los bueyes o las vacas se hicieron para calzarlos, cuantos emburriones se les daba para que entraran en el potro y poder sujetarlos. Y entre rabazos, algún redios, y alguna coz al aire salían todos (animal y amo) listos para tirar del arao o del carro sin mancarse ni resbalarse. Cuantas rejas se afilaron para aprovecharlas al límite. Cuantas puntas se echaron al fermón. ¿Y las herraduras a las caballerías?Soldaban esas bicis pesadas de hierro que se rompían incomprensiblemente. Siempre dispuestos a afilar los rejos de nuestras peonzas que duraban toda la vida porque no había Play, ni Wii, ni móvil, ni casi nada. ¡Pero aunque no había nada, teníamos de todo!Atrás se queda el recuerdo de mi infancia del sonido martilleante y monótono del hierro incandescente que hubo en estos muros de barro y adobe junto al sonido del agua del reguero que pasaba por debajo. Se derriba (con buen juicio) en aras de la modernidad porque ahora las fraguas como tantas otras cosas ha dejado de ser útil y es un estorbo en medio del pueblo. Nuestros hijos no sabrán ni donde estaba ni lo que era y lo que significaban los herreros para un pueblo como el de San Esteban de Nogales.Se lo dice uno que nació y aprendió a andar y a balbucear sus primeras palabras frente a la fragua del tío Quico.