Creo que era el flamenco Pedro Pablo Rubens el que pintaba con colosal estilo barroco aquellas mujeres tan turgentes como voluptuosas que, una vez, por poco me cuestan la expulsión de una clase de Historia del Arte. A mí, visualmente, nunca me han molestado las mujeres con volumen porque a través de ellas siempre capté mejor el valor de casi todas las cosas.
Viene todo esto a cuento de la movida que en la pasarela de la Semana de la Moda de Milán ha supuesto que excluyan a la diseñadora de tallas grandes, la italiana Elena Mirò, que destaca por el insidioso crimen de producir vestidos a partir de la talla 44.
Nunca me consideré un experto en moda, si bien siempre me pregunté quién se pone algunos de los modelos tan horripilantes que solemos ver a veces sobre una pasarela. Más realista resultaría vestir a gente con talla superior, como las de la Mirò, porque esa sí que es gente corriente, como usted y como yo, y no chicas y chicos con cuerpos danone (que no estarían del todo mal), cuando no rayanas ellas con la más pura anorexia.
“Vestimos a mujeres normales”, dicen que espetó Elena Miró cuando se vio excluida de las pasarelas milanesas. Y tanto, porque en Italia y en el resto de Europa las féminas visten más una talla 44 que la tan mitificada 38.
Las busty models parecían ser una suerte de modelos de prominentes atributos y sinuosas curvas. Y hablo en pasado pues parece que la tiranía del sistema está provocando su pronta extinción. La prueba palmaria es la francesa Laetitia Casta quien, en el último desfile de Roberto Cavalli, tuvo casi que decir quién era porque apenas nadie la reconocía. No es que los kilos inunden al ser humano de felicidad y la delgadez de tristeza, pero sí, más delgada sí, decían los entendidos que encontraban a la normanda; pero también, todo hay que decirlo, mucho más inexpresiva.