Revista Cine
De repente, el último invierno ha querido llevarse con él a la Gata que nunca más volverá a inmolarse en el tejado que tan suavemente la quemaba. Su alma rebelde comenzará por fin a descansar de las enfermedades que la marcaban como la mujer maldita e indomable que nunca se propuso ser, pero que al final de ese modo se esculpió... Su árbol de la vida aparece sesgado en esta clara mañana de primavera, y hace triste compañía a esos castillos en la arena que tan bien sabía dibujarse.
La última vez que vi París, recuerdo que estaba tan bello y espléndido como esta dama gigante que hoy nos dice adiós desde el tranvía que la conducirá, ojalá, a un bosque lácteo y estrellado desde el cuál, quizás, pueda seguir perfumándonos como la flor que es.
La Gata no volverá a reflejarse, dolida, en ese trágico espejo roto de la mala suerte y los pesares. Hoy retomará su antigua imagen egipcia, regia y magnífica, se cepillará su negra y ondulada melena y se perfilará coqueta sus exclusivos ojos claros en busca de la merecida eternidad.
Descanse en paz, Virginia Woolf: nadie lateme más que la ama...