Cuenta Adara que, cuando llegó a San Salvador, no sabía nada en absoluto de la despoblación. Ella siempre había idealizado una vida con poca gente, "cuanta menos gente, mejor" y cuando se ha enfrentado a la realidad, a ese asunto que aparece a todas horas, en todas partes, se ha dado cuenta de que no es mejor cuanta menos gente. No en el siglo XXI y, probablemente, en ningún siglo.
Ahora comprenderán, por qué quienes nos asomamos a estas páginas lo repetimos tantas veces. España se despuebla y esto se sabe por un par de noticias al mes que salen por la tele o en el diario. Adara está convencida de que, a excepción de los gobiernos de algunas comunidades, como Aragón, muy pocos hacen nada por remediarlo o, lo que hacen, como se hizo en su caso, no va mucho más allá de un apaño que no cura la herida. En Aragón, es cierto, ellos lo reconocen, también estuvieron durante mucho tiempo instalados en la frustración, en la queja por el agravio y entendieron que era necesario dar un vuelco, poner en valor su potencial rural, hablar de lo bueno, de las oportunidades, de los recursos. Es decir, un cambio de actitud a la hora de afrontar el problema demográfico.
Pero todavía hoy, con este problema machacando fuerte en nuestro ánimo, mucha gente pasa de lado, como si quisiera obviarlo, que lo resuelva el tiempo.
En una larga carta, muy meditada, muy sentida, Adara hace alusión a ese encierro en el que viven sus habitantes, al no permitir el análisis y la ayuda de quien llega con un enfoque nuevo. "Esto siempre se ha hecho así, y no te molestes en cambiarlo que no va a funcionar".
Los pueblos no se mueren de un infarto, pero se van muriendo lentamente porque no se atiende a las iniciativas nuevas que pudieran cambiarlo.
"No culpo a la gente de verlo todo tan negro, porque, realmente, estos pueblos se están abandonando de una forma descarada, se les está minusvalorando y ninguneando ya sea por intereses políticos o por rencillas personales de alcaldes y Diputación."
Más claro, el agua.
LA MADEJA | DIARIO PALENTINO